Naisha
Tan sólo estaba pendiente de sus pasos y rezaba porque cambiaran de dirección, unos pasos que calzaban un treinta y dos, de bonitos zapatos de piel desnuda, curtida, hecha a las inclemencias de los últimos coletazos del monzón. Pero no, no la cambiaron, iba directa a las orillas del río sagrado, a lavar con esmero...