El viaje a ningún lugar.

El viaje a ningún lugar.

Al regreso de las vacaciones casi siempre los conocidos, compañeros y amigos suelen preguntarte:

¿A dónde te has ido este año?

Hace unos años decidí hacer un viaje a un país lejano y exótico con la intención de experimentar algo diferente que me hiciera sentir una persona nueva. Deseaba explorarme interiormente en contextos desconocidos y algo estimulantes. Superar mi extraño miedo a no saber resolver los problemas más triviales. Gracias a esta iniciativa tan común pero inusual para mí comprobé lo fáciles que son las cosas con sólo proponérselo. Un primer vuelo desde Madrid y llegué a un aeropuerto, el Atatürk, en Estambul, repleto de viajeros de todas las culturas e innumerables indicaciones en todas direcciones, idiomas extranjeros, personas caminando con prisas y otras esperando una hora bien definida.

Yo, sin embargo, sentía más el peso de mi inseguridad que el de mi maleta. Después de este interludio conseguí subir al avión que me llevaría a mi destino, Katmandú.

La cálida bienvenida de sus gentes y su alegría por vivir, su calma, la espera de una nada que parecen practicar, me hizo ver que no es necesario tener prisa, vivir es sentarse a contemplar el tiempo más que perseguir ambiciones. Aceptar para disfrutar cada momento.

Este verano mi viaje ha sido la búsqueda de esa misma actitud tan especial que percibí en los nepalíes. Mi viaje a ningún sitio, más allá de mi sofá, me transportó cada día un poco más lejos como si me dejara llevar por la suave corriente de un río sin rápidos hacia mi propio interior.A veces viajamos mucho para descubrir algo que tenemos muy cerca, aunque no le solamos prestar atención, como es el sentimiento hacia uno mismo.

FIN

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