Estaba confuso. Desorientado. Todo era vanidad, cosas sin
verdadero propósito. Los días pasaban sin apenas darme la esperanza de que algo
pudiera ser más que lo que los ojos ven y los sentidos perciben.

Hasta que un día hallé el camino. Fueron semanas de un
acercarse lentamente, de un sobrevolar la respuesta que había estado buscando.
Pero luego, en un instante trascendental, comprendí mi razón de ser. El sentido
de mi vida. Mi lugar en el Universo. Entonces fue cuando en un espiritual
frenesí, mi preparación llenó cada instante, y cada átomo de mi ser se alineó
en pos del objetivo.

Y finalmente el día de mi viaje llegó. Me subí al tren. Muchas estaciones había en mi memoria, muchos viajes anteriores. Tantas veces había estado en uno de esos vagones. Sin embargo, esta vez todo parecía diferente. El tiempo pasaba lentamente. O más bien parecía no pasar. Era yo el que pasaba para el tiempo, para el universo mismo, que parecía suspendido en la inconsciencia de todos los que, pobres ignorantes de la verdad, me rodeaban. Oía el rozamiento de cada rueda sobre las vías. Qué orgullosos estarían de mí. Cuán elevado sería mi lugar cuando el viaje terminara. Por fin sería alguien importante…pero esos pensamientos no debían tener lugar en mi cabeza. Sólo mi cometido era realmente digno.

Me sorprendió notar cómo temblaba, dubitativo, mi pulgar.
Como si no estuviera seguro, como si le faltara valor para responder a mi
cerebro cuando le manda ejecutar la misión.

No ha sido lo que esperaba. El ruido del tren ha cesado.
Todo ruido ha cesado. Ya no oigo los latidos potentes de mi corazón asustado,
ni el murmurar de la gente, ni siquiera mis propios recuerdos, nada, sólo el
eco sordo del vacío. Tampoco puedo ver. Ni siquiera sé si soy yo el que habla.
No ha habido tal gloria. Yo tenía certeza de mi ser, mi rol y mi misión.
Empiezo a darme cuenta de que estoy luchando dentro de mí por evitar admitirlo.
Muy en lo profundo sé que he caído en un engaño. Aquello que yo he hecho, los
que me guiaron hasta aquí no lo harían. Pero ahora parecen tan lejanos. Ahora
ya todo parece tan lejano. Me quiebro y reconozco en un instante de lucidez que
me han mentido. Ahora soy consciente de que aquello que creí era la iluminación
de mi alma, no era sino la más grande de las estafas. Pero no hay rabia. Ni rencor, ni perdón. Para sentir cualquiera de ellos, debería estar vivo.

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