Acta del jurado de Historias del viaje

EN MADRID, A 31 DE OCTUBRE DE 2016

Un jurado compuesto por miembros del equipo docente de Talleres de escritura creativa Fuentetaja presidido por Gloria Fdez. Rozas y Enrique Ferrari ha decidido conceder los siguientes premios y menciones (con los aciertos de los relatos y ciertos aspectos de los textos que podrían contribuir a su mejora):

 

Primer premio

dotado con 1.000 euros en metálico

Soledad García Garrido, con “Domingo de playa”

Relato divertido, de tono incisivo, con imágenes sugerentes, con un dramatismo excesivo que le da comicidad a la escena costumbrista de una familia estereotipada en la playa. La ordenación cronológica de los hechos, que se suceden al tiempo que los narra el hijo resacoso, permite la sorpresa final -que le da otra dimensión a la obra, con un sentido más hondo- con el accidente de este al meterse al agua, que es narrado con sutileza, como una alegoría por el que lo traga el mar: Pone así el foco en la atracción por el abismo como meta de ese otro viaje que es la búsqueda de una revelación, de una epifanía, con la transformación final del héroe que, con todo, aquí no queda del todo explicada.

 

Premio al lector más destacado

dotado con un bono canjeable en publicaciones o talleres de Fuentetaja por valor de 100 euros

Yolanda Santana Areces

Con un papel muy activo en la valoración de las obras de sus compañeros, los comentarios de Yolanda han sido generosos y acertados, ha sabido ver en los relatos los elementos que mejor funcionan y ha buscado con sus autores un diálogo enriquecedor para todos.

 

Finalistas elegidos por el jurado

Junto a los ganadores del primer premio y del premio de la votación popular, las obras de los finalistas serán publicadas en el libro electrónico colectivo Historias del viaje. En el acta aparecen sus nombres por orden alfabético.

Adrián Muñoz, con “Retorno a la deriva”

Un texto audaz, complicado (a veces innecesariamente), que recoge el viaje de vuelta del protagonista. El comienzo del relato es su regreso precipitado, antes de tiempo (“fui recibido como un sietemesino”), que le permite al narrador una primera reflexión sobre la ruptura que supone siempre un viaje (frente a la ingenua creencia de poder estar en un lugar y en otro). La información es escasa al principio, sin apenas datos con los que pueda el lector apuntalar las cavilaciones del protagonista, pero avanzado el texto explica el porqué de su regreso: una ruptura sentimental, el deseo de ella de acabar con la relación, que lo obliga a regresar a casa en busca de una explicación que hará también de despedida definitiva: esta Penélope no es la de Ulises.

Alfredo Ortega Trillo, con “El root river”

Un relato envolvente, de estilo directo, sincero, muy limpio, casi filoso. Exhaustivo: como si fueran las notas del viaje, que no ha querido manosear demasiado. Contagioso, como los buenos libros de viajes. Una aventura de riesgo y deporte que apuntalan bien también las fotografías, que nos sirven también para fechar mejor la historia.

Andoni Aldasoso, con “Drake One Fifty o el frío que no tarda en llegar”

El grueso del relato, bien escrito, bien armado, es solo una escena: la cena tensa del narrador y su pareja en un restaurante caro como anticipo de su ruptura, que él prevé como un indicio más o una consecuencia más de no encajar ahí, de lo que es muy consciente. El narrador, un mexicano que trabaja como corresponsal para una revista en Toronto desde hace tres meses, hace del historial de su relación sentimental (con todas sus fases quemadas a velocidad de vértigo) una explicación en miniatura de su relación con el país: un buen ejercicio de concreción a partir del isomorfismo de ambos ámbitos de su vida.

Bel Suñé, con “Si quería expresar lo mejor de mí, primero debía fotografiar lo peor, fotógrafa contemporánea”

La historia es buena: el viaje como un ejercicio de autodescubrimiento a partir de la búsqueda de respuestas en su familia, con las generaciones que la precedieron. La intención del viaje, y las capas de su historia que va descubriendo, consciente del peso de su pasado (que remite al enfrentamiento de las familias de sus padres en la guerra civil) pero también de su papel para asimilarlo e incluso reconducirlo, son su punto fuerte. Su punto débil son las reflexiones del narrador, demasiado contundentes, que asfixian al relato, con un primer párrafo un tanto pretencioso en su rotundidad.

Carlos Mata Latorre, con “Proyecto Kupfunana”

La estructura del relato tiene tres partes bien diferenciadas: la presentación de Jesús el Cura y su proyecto social, y la presentación del país, Mozambique, que se mezcla con el registro del propio viaje, y una tarcera parte, al final, de tono más reflexivo, sobre las motivaciones del reencuentro. Las dos primeras funcionan bien por el estilo sencillo, nada pomposo ni excesivo de su testimonio. La tercera, que concentra la carga emotiva del texto, habla del porqué del viaje: la muerte de su hijo y la necesidad de respuestas con las que encontrar al menos cierta calma.

Carlos Valenzuela Cordero, con “El heroico viaje del cobarde Kliment Vlasov”

El relato, con su título paradójico, tiene varios méritos evidentes. El primero: la ambientación de la historia en la guerra ruso japonesa de 1904 y 1905, con un texto muy atento además a las ilustraciones, que funciona casi como glosas. El segundo, la construcción del personaje Kliment Vlasov, en su viaje en tren al frente. La atmósfera general de desasosiego ante una derrota cada vez más evidente, a pesar de la propaganda estatal, se concreta en el descreimiento de Vlasov, cada vez más consciente del sinsentido de la guerra del que ya le había advertido -y no había querido creerle- su amigo por carta.

Carmen Álvarez, con “Mis ojos no eran marrones”

Reflexivo y reivindicativo, el texto es un viaje interior (y temporal), un ejercicio de memoria, de ordenar los recuerdos y darles un sentido para completar otro ejercicio más ambicioso de autoafirmación del yo, de una identidad propia que se revuelve y reacciona ante las expectativas de los otros: la hiperfeminidad de la narradora como meta del viaje, como respuesta a una clasificación de géneros (un encorsetamiento demasiado restrictivo) con el que no se ha sentido nunca cómoda. La narración, intensa, honesta, peleona, funciona muy bien como viaje hacia un descubrimiento, aunque quizá queda todo demasiado explicado. Faltan algunas tildes.

David López Antequera, con “Grandes viajeros”

Un texto sólido, bien estructurado, aunque algo tópico, en el que los primeros lugares visitados funcionan de indicios de una felicidad pasada y la desgana de los últimos viajes como indicio de un fin previsible. Escrito para ella, con un destinatario expreso, Matilde, se maneja muy bien con esos dos pasados (el feliz y el infeliz de la pareja) y con el presente, con esos reproches calmados por el tiempo, pero dolidos, todavía nostálgicos, al recomponer su historia y los rasgos de ella que a él le quedaron grabados mientras viajaban. Un balance de 2 años y 20 países al que el vídeo que cierra la obra, hecho de cortes de grabaciones domésticas, carga de intensidad.

Ernesto Goñi, con “Donde la tierra está más cerca del cielo”

Un buen ejercicio: El relato del viaje a la África subsahariana es también el registro de la transformación del protagonista y narrador, el testimonio de un aprendizaje que lo lleva a ser (o vislumbrar al menos) otra persona. Su agobio en el autobús marca -con una atmósfera bien lograda- el cambio radical, sin ninguna transición, de costumbres (y valores) que lo obliga, primero, a sobrevivir a los límites que hasta entonces habían conformado una relación apacible con su circunstancia o su entorno (lo mismo da aquí Ortega que Heidegger) y, luego, en esa adaptación a la nueva realidad, a asumir un aligeramiento en su vida, una levedad que le contagian allí y que le muestra otra perspectiva de la felicidad.

Fabio Romero, con “Tiquete del Futuro Express”

Bien escrito, el texto es el relato de un primer viaje en pareja que el narrador toma como indicio de un futuro poco apetecible, con un desequilibrio muy claro en los entusiasmos de ambos. Ella se desvive por enseñárselo todo. Él hace del calor agobiante la mejor representación del cansancio vital, del agotamiento, de la apatía, de la desilusión. El temor al compromiso, y las señales que cree ver en su novia, convierten el viaje en una epifanía. Es sin duda un texto sugerente, bien construido, aunque queda un tanto difuso ese proyecto fotográfico que aparece como excusa principal para el viaje.

Germán Marín, con “El gris peregrinaje”

El relato, de tono apocalíptico, bascula en dos tiempos: el presente del viajero que vuelve al lugar de los hechos (que le llega al lector por un narrador testigo) y el pasado que rememora (a través de un narrador omnisciente), sacando cada recuerdo de los pocos elementos que quedan en pie tantos años después de la catástrofe. En ese reencuentro con su pasado, el texto dosifica la información de lo ocurrido, al irse perfilando las emociones del protagonista con los hechos. En el vídeo, la superposición de las imágenes presentes y las voces del pasado consigue un solapamiento de los tiempos muy eficaz, dándole más fuerza a la atmósfera del relato.

Inmaculada Reina Segovia, con “La luna en Alabama”

Texto bien escrito, que el narrador conduce bien: el relato del hecho anecdótico, mínimo, de encontrarse la protagonista un ciempiés en la habitación de un motel desencadena, al desvelarla de noche, un fluir de la conciencia en el que se alternan -con una estructura equilibrada, ordenada, de transiciones suaves- las imágenes que ve en televisión con el recuerdo de sus hijos, que siente cada vez más lejos, y los motivos últimos por los que viaja.

Israel Escobar Gallego, con “Luces pasajeras”

Muy bueno: Es emotivo y sincero. Es tremendamente intenso, pero también contenido: no se permite ningún aspaviento. La fecha del comienzo sugiere ya una conmemoración, pero las cervezas en una terraza para ambientarlo le evitan al texto toda tentación de solemnidad para centrarlo en lo humano, en la relación entre ellos. El narrador describe a sus dos amigos: cómo eran y cómo han cambiado. Y tras las presentaciones descubre el motivo del encuentro: recordar al amigo muerto en un accidente de tráfico que tuvieron los cuatro 14 años atrás: a Camilo, al que no describe, para remarcar ese corte abrupto con la vida. “Sin documentos”, de Los Rodríguez, con las letras de las estrofas intercaladas en el relato de los hechos, comunica el momento de la escritura con el momento mismo del accidente (es una pena que el autor no haya incluido la música en la obra).

Jesús María Martínez del Rey, con “Pacto de silencio”

Relato bien estructurado, con los tiempos bien medidos para sobredimensionar un suspense que en esta historia ligera, simpática, es apenas un hilo. El primer párrafo pone ya el foco en Martín, en su candidez o ingenuidad: un hombre viudo, limitado intelectualmente, muy poco viajado, que desaparece del grupo en un viaje organizado. El grueso del relato es su búsqueda por París y, al final, su encuentro, con su confesión de los hechos, la motivación y su arrepentimiento. Bien escrito, el autor muestra también un buen oído para los diálogos.

José Manuel Viera, con “Aire”

El texto (y también el cómic, con el mismo contenido, muy trabajados ambos) es un ejercicio de precisión con el que el narrador concreta en una pareja el síndrome de Stendhal. En la misma Florencia, frente a la Galería Uffizi, Giani, dependiente de una heladería, es testigo de la discusión de una pareja de turistas: Ella, agotada y agobiada por tantos días de viaje organizado, renuncia a visitar el museo para comerse tranquilamente un helado. Él, contrariado, reacciona mal. El narrador, al abrir y cerrar el plano de la acción, con una plaza abarrotada, plasma bien el agobio del turismo también a las ciudades.

Manuel Arechavaleta Hernández, con “Un viaje iniciático”

Ejercicio audaz con el que el narrador recoge en diez imágenes, con pie de foto, su viaje a Gambia. Con los retratos y las escenas cotidianas atiende tanto al viaje, del que reflexiona de tanto en tanto, como a las personas que conoce en él. Los textos, sencillos, sin pretensiones pero eficaces, funcionan como notas mínimas para añadirle una información extra a las fotografías, como si fueran su glosa. Quizá resulta innecesaria esa breve introducción de tres líneas hecha de lugares comunes, pero las fotos demuestran su capacidad para hacerse con una realidad ajena.

Marta Prat Morales, con “Nunca bebas de una taza desconocida”

Es un ejercicio interesante que alterna el registro de los hechos con la reflexión interna: el primero con una sintaxis más ordenada y la segunda, como fluir de la conciencia, más alterada (por momentos paranoica), como dos perspectivas para los mismos acontecimientos. El relato de un viaje (muy deseado) a la India le permite al narrador una cavilación más general sobre la actitud que tomar ante lo desconocido (o los desconocidos): una más inocente, más cándida, o una más desconfiada: aceptar la taza que le ofrece una niña o no aceptarla. Tiene algunas faltas de ortografía desconcertantes.

Maynné Escobedo, con “Sentir lo intraducible”

Un buen ejercicio de escritura ampliada, en el que los diferentes registros (texto, audio, vídeo, bocadillos y mapas) encajan bien en una larga postal de tono reflexivo, pausado, pero emotivo. Contradictorio, sin querer avergonzarse de ello: nostálgico, pero al tiempo entusiasta con la nueva realidad, en la contraposición que late desde el principio entre Ciudad de México, su origen, y Copenhague, su destino. Con la ciudad danesa en la superficie del texto (la que le presenta al lector) y la ciudad mexicana en sus profundidades (la que le arranca las emociones más vivas, muy vinculada a ese tú al que se dirige).

Óscar Blanco Aparicio, con “La duna improbable”

Un texto bien construido, con un estilo sencillo y cautivador, en el que predomina la descripción de la duna desde una actitud de admiración y de deseo de compartir el hallazgo. La presentación es precisa, incluso exhaustiva, pero no quiere ser abrumadora con los datos: quizá su punto fuerte es esa voluntad comunicativa, de trasmitirle al lector su experiencia para que también él pueda vivirla, un modo de compartir ese momento de comunión con la naturaleza. Junto a la descripción incluye también el relato de su escalada y los acontecimientos históricos que sucedieron allí en 1942, lo que afianza su carga emotiva. Pero podría haberle sacado más partido, con su ubicación excepcional, también con su carga metafórica. En las fotografías, en cambio, aunque son útiles para documentar cómo es la duna (sus dimensiones sobre todo), no se percibe una voluntad artística.

Raúl Harlev R., con “Cartógrafo de mentira”

La presentación estándar (pero también cómica y un tanto patética) del protagonista en su primera reunión de alcohólicos anónimos le sirve al narrador de punto de giro para cerrar, con las consecuencias (el hartazgo de su familia), el cambio de actitud que se produce paulatinamente en Gonzalo, un emigrante venezolano en Estados Unidos: cómo la distancia y el paso del tiempo van haciendo mella, van deshaciendo los lazos afectivos y la nueva realidad borra la vieja, la vuelve menos necesaria.

Ronald Pérez Valladares, con “Una ciudad de verdad”

Bien escrito, exhaustivo en el registro de los acontecimientos del viaje (y en las vivencias e impresiones del narrador), el relato funciona bien como viaje iniciático decepcionante, lejos de las expectativas que se había hecho el protagonista: Muy embebido por las letras, intenta recrear lo vivido por los personajes de Vargas Llosa, conocer esa provincia extrema, reaccionaria; pero la realidad lo desilusiona, le apena lo visto en crudo, sin la mediación de la literatura.

Sergio Rebollo Dabo, con “La estación de tren”

Un buen texto: bien escrito, potente, exhaustivo con las descripciones y riguroso y atento con los estados de ánimo del protagonista, con los que consigue una atmósfera de novela negra muy notable. Apunta a una buena historia de intriga. El elenco de personaje es sugerente. Se intuyen todos los elementos para un buen relato, pero son demasiadas pocas claves para que el lector pueda reconstruir la historia (no solo el desenlace, también las motivaciones, el origen, etc.). Necesita una estructura más sólida para poder sostenerse.

Tulia González, con “En algún rincón del mar”

La redacción no es buena, no está trabajada, pero el relato trasmite la intensidad de un viaje excepcional, es al menos capaz de asomarse a las dimensiones colosales del proyecto, cómo el abismo obliga a recalcular una y otra vez las fuerzas para afrontarlo. Con dos acciones contrarias pero complementarias, que le sirven para reconocerse a sí misma: primero su alejamiento de la comunidad, cómo se desprende de lo material, para poderse tantear, echándose al mar, y luego el reencuentro con la civilización, con otra comunidad, con esas imágenes tan potentes de tener que volver a aprender a caminar y la solidez desconcertante de todo después de tantos días navegando.

Yocelynn Olmos Ortiz, con “Si…”

Una buena historia, en la que el viaje le funciona a la narradora de marco para una reflexión triste, cansada, pero también sincera, de su posición (y los intereses contrapuestos) como hija de su madre y madre de sus hijas. Los acontecimientos que relata van socavando en ella su ánimo, siempre a punto de desmoronarse, por un sentimiento de culpa, de sentirse incapaz de complacerlas a todas, que parece que viene de lejos, pero que culmina con su decisión de llevar a su madre con ella y sus hijas al Salar para no dejarla sola (pero sin adecuar el viaje a ella): un viaje extremo en el que la anciana acaba muriendo.

 

Premio de la votación popular

Dotado con un bono canjeable en publicaciones o talleres de Fuentetaja por valor de 150 euros

José Luis Chaparro, con “Sin una sola palabra”

El relato -una buena historia sobre el vínculo afectivo de madre e hijo y el desgarro que le produce a este su primera separación, de niño- es muy habilidoso con los tiempos: con distintos pasados en la línea de coordenadas de la historia, convertido el pasado de la espera del viaje en un presente que se demora muchísimo hasta que el narrador sube al tren para irse de vacaciones al pueblo del padre y poder aligerar la economía familiar (historia que queda omitida en el relato, centrado en la separación). Con esa espera -grabada nítidamente en su memoria- consigue el narrador actualizar sus emociones de entonces, volver a darles vida.

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Gracias a todos. Oportunamente nos pondremos en contacto con los ganadores para la entrega de premios.

Nota: la decisión del jurado es inapelable y la organización no puede mantener correspondencia sobre los aspectos del premio. Existe un espacio de comentarios que la organización consulta periódicamente en busca de observaciones que nos permitan mejorar sucesivas ediciones. Os animamos a usarla para comunicarnos vuestra impresión sobre este concurso.

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