Omnipresente
Susana ya estaba hasta el moño, literalmente, de modo que tiró del coletero y dejó caer un mullido torrente de rizos anaranjados sobre sus hombros. Dejó sus gafas de diseño sobre la mesa y con un impensado envite de su pie descalzo, inició una danza en el centro de la habitación. Replegó una pierna sobre sí...