Quedé con un viejo colega que no veía hace tiempo.

Nos encontramos en un bar al que solíamos ir. Antes de entrar me di cuenta de que ya había llegado porque entre coches de baja gama y furgonetas blancas había un Lamborghini Aventador amarillo en la puerta, mal aparcado y con las ruedas embarradas. Cuando pasé a su lado un obeso bulldog que estaba dentro se estrelló contra la ventana babeando y ladrando como poseso, sin saber que la perfecta hermeticidad del Aventador no dejaba pasar sus ladridos. Me pegó un buen susto, pero creo que solo pedía ayuda.

Entré al bar. Recorrí con la mirada toda la barra, pero no estaba. Enseguida vi que un hombre me hacía señas con la mano desde una mesa del fondo. Tardé unos segundos en reconocerlo. Era Jaime, sí, pero se había puesto pelo. Me acerqué a la mesa, se puso de pie y me extendió los brazos. Cuidé de no rozar su cabeza, me daba cierta grima. Llevaba un chándal Gucci sobre el que parecía que se habría librado una batalla de paintball. Nos sentamos.

-Joder, tanto tiempo…¡Qué melena! ¿Turquía?-

-Nooooo. Turquía es para los pobres- me contestó -. -Esto es algo especial. Me lo hice en una clínica suiza, a orillas del Lema.

Sentí un poco de alivio. Eso quería decir que todavía le quedaba algo de cordura y de pasta. Hacía tres años que se había ganado diez millones en la lotería. En poco tiempo su matrimonio se rompió en pedazos. Se decía que después de eso se desbarrancó y perdió todo en carreras de drones y burdeles de Tailandia. Pero ahí estaba. Me preguntó qué opinaba de su pelo y le contesté que era una maravilla. Y no le mentía. Era una melena de rizos castaños que se veía fuertemente arraigada. Un pelo suntuoso, de anuncio.

-No tienes ni idea de las cosas que hacen en esa clínica. Este viaje ha sido una revelación, Fernando, de verdad te lo digo.

-No…sí…increíble… -comenté buscando la mirada del camarero y pensando cómo abordar la verdadera razón por la que lo había citado: pedirle cien mil dólares.

-He visto cosas alucinantes. -Susurró.

Esta vez le pregunté qué podía tener de alucinante una clínica donde ponen pelo, por más extraordinario que fuera el resultado. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

-Coge un poco. -Me dijo acercándose y ofreciéndome su pelo. Pero no me moví.

-Venga, arranca un poco. -Insistió. Luego suspiró, hizo una pausa y decidió que lo haría él mismo. Así que cogió un mechón entre sus dedos, lo arrancó con facilidad y me lo ofreció.

-Pruébalo. -Rogó con entusiasmo infantil.

-Paso Jaime. Olvídate.

– Qué…¿no te gusta el chocolate?

Como vio que no iba a hacerlo pidió un vaso con leche al camarero. Cuando se lo trajo esperó a que se fuera, dejó caer de a poco el mechón en la leche con aires de alquimista y mezcló con la cuchara. El pelo se disolvía y la leche se oscurecía. Acercó la taza a mi nariz. Chocolate. Le cogí instintivamente la cabeza.

-Saca de donde quieras. -Dijo dejándose hacer.

Cogí un mechón y lo arranqué con bastante torpeza.

El sonreía satisfecho. La idea de comerlo me daba náuseas, pero me atreví a estirar la lengua sobre los rizos recordando la razón por la que venía. Chocolate. Lo miré horrorizado.

-¿No es alucinante? -Me dijo dando un golpe con la palma en la mesa y estallando en una carcajada.

-¿Te has puesto pelo….de chocolate?

-Mira…no sé cómo lo hicieron, pero no es que me lo puse: el chocolate brota de mi cuero cabelludo. Mi cuerpo lo fabrica. Es muy distinto. Lo único que tengo que hacer es tomar endulzante para que no me salga amargo. En mi caso elijo el estevia. También afinaron el color de mi piel -dijo dibujando con un dedo un círculo alrededor de su rostro- ahora la tengo siempre como si acabara de llegar de Ibiza. Además está el detalle de mi sudor, lleva trazos de mirra. Pero sí….lo del pelo es un pasito más. A las tías les encanta…bueno…a algunas no les va nada el rollo, pero si cruzan la barrera te aseguro que se pueden poner voraces.

Necesitaba tomar algo fuerte, pero el camarero chequeaba los resultados de la lotería en la tele.

-Aunque lo mío no es nada. -continuó- de hecho ya me estoy aburriendo un poco. Igual…que había cincuenta personas en esa clínica y ya te digo que lo mío es una tontería. Es más, ahora lo veo como un caprichito. Pero esto es como los tatuajes, ya sabes, una vez que tienes uno solo piensas en el siguiente. Hablando de eso. Lo siento, pero ya sé de lo tuyo y no puedo prestarte un duro, tío. Cuando me enteré de tu cáncer de…¿hígado?

-Páncreas. -lo corregí con un hilo de voz-.

-Cuando me enteré de lo tu páncreas…maduré. Te soy sincero, vi mi vida en un segundo. Por eso quiero hacer lo que llaman el Forever Young. Es la reprogramación más cara. Ya no te da ningún tipo de cáncer. Ni una peca. Además te hace inmune a cualquier mutación viral. Puedes morrearte con todas las tenderas del mercado de Wuhan y no toser en tu vida salvo que quieras interrumpir a alguien. Además te quita una década y te aseguran cuarenta años más con lo huesos de cualquier imbécil de veinte años. Pero es muy caro. Tanto que no me alcanza. Estoy a esto. Pero te veo tío y me digo: lo tengo que tener. Es una cuestión de supervivencia, sé que me entiendes. Por cierto ¿sabes de alguien que quiera comprar un Lamborghini?

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS