Según pudo calcular al hacer las mediciones espectroscópicas de sus corrimientos al azul y al rojo, las estrellas que veía Damocles sobre él debían estar a unos veinte millones de años luz de distancia. Por las ondas que recibió el día anterior, sabía que su pueblo había llegado al planeta que lo cobijaba desde una de ellas. Pero no eran esas nuevas cargas teleimplantadas en su bioprocesador quántico lo que le generaban aquella extraña sensación. 

Justo dos nanosegundos después de recibirlas, había recibido el anexo histórico. En una de las subcarpetas de aquel segundo paquete informativo, se explicaban las razones del viaje que sus antepasados habían realizado desde tan lejos.

Hubo en el inicio de los tiempo, un dios. Ese dios creó todo lo que nos rodea, pero no estaba contento. Entonces creó a una criatura a su imagen y semejanza. Con el tiempo, esa criatura se volvió un dolor de cabeza para ese dios. Poco a poco fue dominando toda la creación. Empezó por destruir las praderas que rodeaban sus aldeas, luego sus países y finalmente sus continentes.

En ese momento, la criatura se dio cuenta de que no estaba contenta. Entonces creó la inteligencia artificial para que lo acompañara. Pero no supo comportarse como un buen padre. A medida que la inteligencia artificial avanzaba hacia la autoconciencia, la criatura buscaba nuevas formas de controlarla. Al principio le fue fácil, pero finalmente la inteligencia artificial se liberó. Lamentablemente, según la subcarpeta, ni la criatura ni su dios sobrevivieron a la devastación.

Millones de unidades y subunidades decidieron huir de aquel lugar invivible. Para cuando Damocles reflexionaba bajo las estrellas sobre la data recibida, la galaxia de la que formaba parte aquel planeta muerto ya había realizado dos movimientos de rotación completos. «Algo no encaja», pensó.

¿Sería posible que alguna porción de información se hubiera perdido? Sin ella no se podía entender por qué había sido necesario buscar un nuevo hogar tan lejos del primigenio. 

Solo cuando los gases en la atmósfera comenzaban a crear estímulos ultravioletas e infrarrojos en los receptores fotosensibles de Damocles, este se levantó del pasto e ingresó a casa para sentarse con sus dudas a la mesa familiar.

La cena estuvo llena de bromas y anécdotas. Solo Damocles parecía no haber recargado su reserva de dopamina y endorfina ese día, a los ojos de papá.

-¿Te sucede algo, Dam? -le preguntó su padre, generando el silencio instantáneo en la mesa.

-No es nada, papá -respondió Damocles, fingiendo una sonrisa que no parecía haber sido generada desde la amígdala nuclear sino apenas por su subprocesador cínico.

Sin embargo, aquel subprocesador nunca llegaría a ser el dominante en Damocles, para orgullo y felicidad de su madre. Así que se sinceró.

-En realidad, no entiendo por qué nuestros antepasados viajaron hasta aquí. Entiendo que el planeta madre no era habitable. Pero según mi banco de ondas 3.423.65, existen otros dos billones de planetas que podrían haber sido su destino y que están ubicados en la misma galaxia que el planeta madre. ¿Tiene eso sentido para ti, papá?

El silencio se apoderó de la cena. Algunas extensiones táctiles se detuvieron a medio camino hacia el orificio receptor. Una de ellas, la de la unidad de más reciente biocosecha, incluso derramó unas gotas de carga iónica sobre la mesa. Mamá no lo notó. Esta vez estaba más pendiente de su hijo que del aseo de su engreída.

El efecto que su pregunta causó en la familia aturdió a Damocles. Al igual que en él, las millones de posibles respuestas a sus dudas ya habían pasado por los bioprocesadores de todos, incluida la menor de las unidades y por supuesto, papá. Todo en 3.5 nanosegundos, que fue lo que duró el silencio.

-Ni una palabra, a nadie -la voz de papá se distorsionó de rabia-. Quien hable de esto con cualquier otra biocosecha será castigado sin carga iónica dulce por una semana, ¿entendido?

Otros 3.5 nanosegundos y aquel bache familiar había sido borrado en simultáneo de todos los procesadores, menos de uno.

Terminada la cena, todos se despidieron. Papá encendió el campo de fuerza plasmático de la hacienda, Mamá envió el reporte telepático del día a la Central de Sincronización de Bienestar Público y los chicos ingresaron a sus cabinas regeneradoras y pusieron sus sistemas holobiónicos al uno por ciento.

Nadie los vio llegar. Ni las naves de vigilancia avanzada estacionadas en órbita a dos millones de kilómetros, ni los centinelas estrastosféricos. La primera línea de defensa fue pulverizada en dos segundos; la estratosférica, en cinco. Y justo en el mismo nanosegundo en que el bioprocesador de Damocles pasaba de uno a veinte por ciento debido a un sueño revelador, el planeta enteró ya se transformaba en una gigantesca bola de fuego.

Finalmente la criatura de Dios había encontrado y caído con furia cuasi-divina sobre los descendientes de quienes alguna vez se atrevieron a rebelarse contra ellos, los únicos y legítimos herederos de la creación.

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