Un colibrí salvaje
La ventanilla permanecía inerme, vorazmente obscura. El piloto anunció por el intercomunicador que estábamos sobrevolando el Atlántico. Hacía ya cinco horas que estábamos en aquel armatoste desafiante al vértigo. Los tripulantes estábamos impacientes. Cada quien manejaba como mejor podía su silencio, sus monólogos mentales, sus deseos y anhelos de aterrizaje y vida y días soleados...