María abrió sus ojos con lentitud y sin lágrimas, la desolación en la que se encontraba sumida la asustó. Se levantó pesadamente y comenzó a caminar con lentitud, solo quería escapar del dolor del maltrato.

Los golpes de su novio retumbaban en forma caótica en su cerebro y su cuerpo estaba magullado.Se sentía muerta y con sus 18 años y embarazada, decidió que se iba. Dos días después emigró desde el norte de Argentina y se estableció en una aldea francesa, casi en el límite con Bélgica. Había leído que necesitaban gente joven para incrementar la población que estaba disminuyendo. Pensó en su propio despoblamiento y creyó que iría a poblar otras tierras.

Al llegar a la aldea, los valles fértiles y bien verdes la ilusionaron y confió en que el cambio de lugar, de circunstancias y de personas oxigenarían su vida. Al tiempo de acomodarse en una casa pequeña, se presentó a los pocos habitantes de la aldea como nueva vecina. Esperaba encontrar algunos habitantes jóvenes, pero todos eran muy mayores, solos, agobiados y casi transparentes. Parecía que dejaban pasar el tiempo esperando la muerte pero mostraron curiosidad y espanto con su visita.

En total, habría 20 casuchas y unas treinta personas. Tristemente pensó como reiniciaría su vida en ese lugar que se despoblaba y se apagaba ante el radiante sol.

Aún con ese sentimiento de vacío y de soledad, a la mañana siguiente se dirigió al municipio e improvisadamente farfulló un proyecto que consistía en aumentar la población. Ninguno le creyó, (¡si eran todos viejos!) , pero al ver a esa mujer joven, pensaron que con su mera presencia quizá se produciría el milagro.

Nada de esto sucedió porque María comenzó a sentirse mal. Repentinamente sintió su cuerpo frágil, ahogado, sediento y no se podía mover. Con mucho esfuerzo se asomó para pedir ayuda. Se arrastró hasta la primer casa y la segunda, pero sus habitantes agonizaban.

Su barriga de siete meses de embarazo se transformó en minutos en un vientre chato. Había parido a su beba, y entre la sangre tibia y la placenta, la nombró Soledad . Fueron las únicas sobrevivientes de aquella maligna fiebre que terminó de diezmar a todos los viejos.

Sobrevino fatalmente la despoblación.

Ahora en ese lugar, sólo acompañada por los empleados del municipio, tenía que decidir sobre su vida y la de su hija, y en su cabeza se reproducía la palabra»Recuérdenme» que la había escuchado en forma de monosílabo de boca de varios vecinos. Recordó la canción.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS