La encontré muerta
¡La encontré muerta!, a Okuma, sobre el piso agrietado yacía inerte, sus brazos dorados cubrían el manto radiactivo del suelo. Su cabellera pelirroja, desordenada y sucia dormía sobre la mugrosa calle testigo del tiempo. Su cabeza unida por su finísimo cuello parecía zafarse del cuerpo dejando paso al silencioso llanto del cielo. Las calles unidas...