Los colores del olvido

Los colores del olvido

Se me cerraban los ojos. Estaba contento porque los cuadros se habían vendido bien pero desmontar la exposición me había agotado. Unos te abruman con sus prisas y otros te hacen perder el tiempo con el papeleo más absurdo. Y para colmo el tráfico de Madrid.

Podía haber descansado antes de ponerme en camino pero cuando me quise dar cuenta ya estaba en la autovía. Paré a tomar un café y después me desvié por la carretera que serpentea los barrancos rojizos del río Velón. Así me daría el aire y con la luz del atardecer quizá podría pintar algo interesante.

Los buitres me recibieron a la entrada del cañón. Pasé entre montes blanquecinos y pardos. Apenas quedaban restos de unas antiguas majadas, hundidas y rodeadas de ortigas. En aquellos áridos parajes incluso a la imaginación le costaba trabajo poner la estampa de ricos ganados trashumantes siguiendo a su pastor. También en ruinas, cubiertos por la hiedra y con aire misterioso descansaban junto al río los molinos de piedra y las fábricas de la luz.

En muchos tramos me acompañaban en paralelo las vías del tren; curiosa la sensación de cruzarse con algunos mercancías que vendrían de Zaragoza o Barcelona.

Me detuve pronto. En Beruja sólo se escuchaba el ladrido de algún perro y no se veía ni un alma. Saqué mi mochila con los cuadernos y las pinturas y decidí dar una vuelta. Pocas casas quedaban en pie. Hasta los adobes y las tejas parecían cansados de tan viejos.

Olfateé una nube de humo y sentí curiosidad. Alguien quemaba hojas y ramas en un huerto junto al río.

_ Tres quedamos aquí, hijo -me sonrió la señora Martina- y cada uno en su casa. !Y mayores todos! Es ley de vida. Noventa años llevo yo aquí… Antes éramos muchos, pero como se fueron todos cualquier día no quedamos ninguno…!No ve que nadie quiere los pueblos! Pero vaya subiendo a lo alto, a la plazuela de la iglesia y verá. Este pueblo es muy bonito. Me quito el delantal y la bata y ahora subo con usted y le explico. No se asuste por los perros que no le van a morder. Son nuestra única compañía !ven aquí Sultán!

Pero Sultán subió jugueteando conmigo la cuesta hasta el pequeño cementerio de la iglesia.

_ Este es el viejo, el nuevo está allá abajo. Ya ve !tres habitantes y dos cementerios! para que luego digan que nos faltan cosas en los pueblos…

La ironía de mi guía me hizo reír. Nos sentamos juntos sobre un murete y comenzamos a trazar algunos bocetos. Envidié la ilusión de su mirada.

_!Cuántos colores, verdad! Las campanas plateadas, la fuente con geranios rosas y granates, las zarzas moradas, los rosales blancos, las parras con uvas verdes. !Cipreses no, que son muy feos; borre eso!

Mejor, mire…a aquellos campos iba yo de niña con mis padres. !Píntelos dorados y con sol!

!Y el cielo muy azul!

!Y las amapolas coloradas!


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