Corazón Arraigado

Corazón Arraigado

Pedro A. Salazar

16/11/2018

Pablito jugaba a los carritos y a las canicas cada tarde, muy feliz con sus amigos cada que salía de la escuela. Luego de hacer sus deberes, sus padres lo dejaban salir a que disfrutase su niñez, a que sonriera, jugara en el barro y soñara despierto que tenía súper poderes.

Pablito vivía con sus padres en una modesta y pequeña casa, de un pueblo muy bonito y tranquilo. Su madre se dedicaba a la casa y su padre se dedicaba a laborar cada día en el campo, con lo que traía el sustento a casa. Felices de vivir en un lugar con una infraestructura preciosa, muy rural, con encanto. Un sitio tranquilo y donde todos los vecinos eran muy unidos. Tan unidos que al acabar el nivel secundario de escolaridad, uno de los mejores amigos de Pablito le da la noticia de que se irá pronto a la ciudad, donde podrá estudiar una carrera y con el tiempo comprará un lujoso coche, de esos que llevan los futbolistas a los que imitaban en sus tardes de recreo. Fue una dura noticia para Pablito, la tristeza le invadió. Sin embargo, con el pasar de los meses esa tristeza se volvió costumbre. Otros jóvenes tomaron la decisión de marcharse en busca de lo que llamaban «oportunidad».

Los padres de Pablito notaron que este se cansaba de crecer, comenzando a extrañar sus aventuras de la niñez, sollozando por aquellos sueños que, al golpearse con el muro de la realidad, no vería cumplidos. Con mucho dolor le impulsaron a abandonar el trabajo del campo y marcharse. El pueblo en el que crecía el joven no tenía mucho más que ofrecerle, por lo que se dispuso a aventurar a la bohemia y ruidosa ciudad.

Pasaron los años y su madre seguía visitando la habitación de su pequeño, conservándola tal cual como la dejó al irse, su ropa en el cajón desordenada y su cama desarreglada. Pablito no regresó a casa a visitar a sus padres, en cambio, ellos iban a visitarle a la ciudad y entre esas visitas le contaban la soledad en la que se mantenían los campos y las calles.

Pablo, siendo entonces un empresario y ya solo Pablito en el corazón de su vieja, decidió invertir en el pueblo. Aprovechando las zonas desoladas para una industrialización, transportando filiales de sus empresas e invirtiendo en el campo, los invernaderos… creando así más trabajo y colocando el foco de atención en su hogar, en el sitio del que su corazón nunca salió.

Sus movidas impulsaron a los gobernantes a invertir en mobiliarios y con el tiempo fue construida la primera universidad de aquel poblado. Ya nadie salía del pueblo a buscar oportunidad, por el contrario, todos querían ir allí a buscarla y luego de encontrarla, se quedaban enamorados de sus atardeceres y sus fiestas patronales, sin poder apartar su corazón jamás de aquel lugar.

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