Castillos de vida
Buenos Aires, 1983. Leonardo levantó la copa, me miro y con una sonrisa exultante dijo: – ¡Por una fructífera relación comercial! El camarero se había mostrado muy servicial. Tenía el pelo cano y lucía con dignidad un chaleco blanco y una pajarita negra desgastados. Me di cuenta de que me observaba de soslayo, como con...