El señor de los perros.
Lo encontré tendido; casi inerte, sobre la acera junto al parque. Abrí su boca escondida bajo una sucia y enmarañada barba intentando llenar de vida sus pulmones; y mis gritos de auxilio se acompañaron del rítmico movimiento de mis manos en su pecho al compás de un, dos, tres, cuatro y cinco. Arquímedes se moría....