El perro sí dormía en la calle.
A las tres de un mediodía edulcorado de soles, dormían todos los párpados dejando oler los rayos de fuego inquietos y paulatinos. Lo digo, se escuchaba incluso el golpe que en la piel tatuaba a los morenos. La siesta no era más que recibir la misa a domicilio. La calle, tan desmesuradamente moderna a día...