Las siete de la mañana, el despertador había sonado y tocaba apresurarme para no llegar tarde a la oficina. Deprisa como siempre me había desperezado, una ducha y un café calentito me esperaban para comenzar la jornada. Subí mis pantis con cuidado de no romper la delicada licra, abroché mi falda y mi camisa blanca y con mi gabardina en la mano bajé los peldaños de la escalera casi sin hacer ruido de uno en uno, de dos en dos. Por fin como cada día salí a la calle en la misma dirección que cada mañana. Hoy llovía.

Había recorrido mil veces aquella calle, podría hacerlo incluso a ciegas, con los ojos vendados, la mayoría de los días lo hacía sola, hace tiempo lo había hecho contigo.

No sé por qué motivo especial, aquel día, me habían llamado la atención sus locales que ya comenzaban a tener vida, a encender sus luces, la tienda de chinos, que nunca dormía permanecía abierta como cada mañana, con aquel personaje simpático sonriendo que parecía sacado de un libro, fumando un cigarrillo, apoyado en la puerta desafiando al frío del invierno.Desde la puerta de aquel local por el que se dejaban ver estanterías repletas de productos, se escuchaba el sonido de una televisión con algún canal de su país. Yo no entendía nada, pero los sonidos ya me eran familiares e incluso cuando no los escuchaba los echaba de menos.

Quizá no me había parado nunca en detenerme en los detalles que había, ahora me daba cuenta del olor a pan caliente y a bollitos recién horneados que salía de de aquella panadería cuyo rótulo decía. “Pan Cota”.

Había más locales, pero no todos dignos de mención, la frutería de Carlos, cuyas cajas de fruta se apilaban a lo largo de la acera desprendiendo un cierto olor a la fruta de temporada. Por otro lado estaba la tienda de productos esotéricos de Tere. Cuántas veces había querido entrar en ella!!, dejar que Tere predijese mi futuro o tal vez dejarme embaucar por la venta de algún producto que cambiase mi vida. Pero nunca me había atrevido a entrar, Tere en realidad me asustaba, la veía al pasar a través del escaparate y siempre tenía la impresión que sabía todo acerca de mí, eso me producía una sensación extraña.

Como cada día cuando atravesaba esa calle, tenía la esperanza de que algo cambiase, que el escenario fuese diferente, desconocido para mí, pero esto no sucedía, todo era siempre igual, solo el paisaje de la estación del año hacía cambiar la monotonía del paseo.

Entré en la calle, hacía frío, escuché el ruido de mis zapatos al compás de la lluvia sonando al caer con fuerza, miré al final del paseo, y de lejos pude reconocer una silueta, no distinguía bien el color de su abrigo, pero si podía ver que portaba un paraguas de color oscuro, me fui aproximando, cada vez mas rápido, y al llegar mas cerca de esa silueta, contemplé con sorpresa que eras tú

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Aquel hombre con quien compartí mi vida en algún momento y en algún lugar.

Eras tú, con la figura erguida y las manos en los bolsillos, el hombre que había marcado y cambiado mi vida.

Allí, al final de la vieja calle, aquella que recorría cada día, y que algunas veces lo habíamos hecho juntos, aquella calle de la que siempre hablaba, allí, estabas tú, esperando, algo o a alguien bajo el paraguas negro, como si el tiempo no hubiese cambiado nada. Como si no hubiese transcurrido.

Me aproximé, con cautela, no podía creer que tú, después de tanto tiempo, hubieses vuelto, Tú que en tiempos difíciles habías elegido no complicar tu vida, tú y solo tú que en definitiva nunca me habías amado.

Sonaban acorde con la lluvia cayendo en el duro suelo, los tacones de mis zapatos, cada vez más fuerte, cada vez, más más rápido. Mi respiración cada vez más rápida, y mi corazón cada vez mas herido.

Metí la mano en mi bolsillo, y temblando saqué un cigarrillo, el frío no me dejaba buscar el mechero, como pude logré llegar hasta él, lo apreté con fuerza y……al dar al clic de encendido, la llama se hizo grande, iluminó la calle, en ese instante miré a lo lejos pero ya no te ví. Tu ya no estabas

Continué caminando, y de repente, un ruido ensordecedor, hizo pararme y cerrar mis ojos.

Pasó tiempo, no sé, un minuto, quizá dos?, abrí de nuevo los ojos, y vi mi habitación, mis muebles, mi cama, el despertador sonó de nuevo, eran las 7 de la mañana. Definitivamente Estaba en casa, sola. Todo había sido un sueño, o una dulce y pequeña realidad, lloré, lloré de rabia y una vez mas seguí inmersa en la misma monotonía,

Me levanté despacio, tú no estabas, no volverías jamás, no te esperaba, o quizá no quería que ocurriese. Ciertamente yo ya tampoco te amaba,

Paloma Manzanero

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