El perro sí dormía en la calle.

El perro sí dormía en la calle.

Agua

28/02/2017

A las tres de un mediodía edulcorado de soles, dormían todos los párpados dejando oler los rayos de fuego inquietos y paulatinos. Lo digo, se escuchaba incluso el golpe que en la piel tatuaba a los morenos. La siesta no era más que recibir la misa a domicilio. La calle, tan desmesuradamente moderna a día de hoy, todavía marcaba entonces el paso de los perros en su arena al relieve de otras piedras. Hoy el perro esquiva el chicle pegado en la acera.

A las tres de éste preciso mediodía, la calle estaba aunque nadie la viese. Seguían cruzándose con otras diferentes calles vecinas. Servían al perro de tramo, con la lengua fuera a las tres y cuarto en una Cáceres en pleno Leo. Pero llegado ya a la sombra, cómo si se diese de beber soplidos al sudor, frunció el entrecejo del cansancio y se tumbó a gozar de su merecida siesta.

Yo, a las tres y pico de hace años, organizaba mis primeras revoluciones en aquella calle. Dormir lo había aprendido hace ya mucho. La siesta no era más que un desperdicio incomprensible del adulto. Quería tostarme al sol, aquel me parecía un sol íntegro, un sol de fuego, no cómo él de húmedos paños que reina en Barcelona. Aquella calle se doblaba ante mis ojos según mirase. Nacían del suelo algunos óleos y mezclaban la arenilla con el siguiente cruce. Meros espejismos.

La calle no es lo mismo. Me la han vestido de adoquines rutinarios. Adoquines que no pueden cambiarse unos por otros y de hacerlo seguirían siendo lo mismo. Antes chutaba los pedruscos y me montaba mi feng shui, todo a mi gusto. Sabía si el perro echaba siestas o si jugaba con la gata cuya cría hoy mora bajo el coche de ésta “misma” calle.

Al adulto aún no lo entiendo. Al perro sí, ladraba en mi lenguaje. Dormía y lo envidiaba. Dormía en la calle. Ahora ésta es copia exacta de su vecina. Solía ladrarme a veces sus quejas ya que antes no eran todas las sombras las mismas, y su sueño era ermitaño y le gustaba bañarse en el polvo de otras calles y oler otros soles en otras teces.

– Ya sólo espero que me domestiquen. La intemperie ahora es tan aburrida como la casa.

Fue lo último que me ladró aquel perro.

(Me duele enormemente no tener una antigua del «mismo» lugar a las tres del mediodía.)

Pueblecito de Cáceres. (Partida)

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