Nos reuníamos todos los sábados a la misma hora. Me esperaba justo a la sombra del roble que nos vio crecer. Era uno de los pocos lugares que el pasó del tiempo no sepultó en el olvido. –Hola Alfredo. –Hola «Ratón» (le encantaba llamarme por el apodo que me había puesto nuestro padre). –Aquí tienes -le fui entregando lo que rutinariamente pide cualquiera que vive en la calle: un jabón, una toalla, un poco de dinero, una libreta, un par de bolígrafos, camisa y pantalón y por supuesto tiempo para escuchar su incoherente actitud de la vida. -¿Y los cigarrillos? -No fomento los vicios. –Pero tendría que sacrificar el dinero de la comida. –Tu decisión no la mía. Y así pasaba la mañana escuchando su frustrada incapacidad de incorporarse a la sociedad. -¿Sabes qué? -me dijo sonriendo. Voy a ser invisible. -¿Invisible? –Ya verás. Me burlaré de la gente. Me pasearé entre todos los inútiles que desperdician sus vidas en tareas que nada aportan a la vida. !Imbéciles autómatas que han vendido su alma al dinero! Yo no. Yo soy libre. Yo vivo en...