La abuela Aida sentada en su tocador se dispone a observar aquellas fotografías antiguas, empolvadas en su buró. El temblor de su mano a causa de su bajo control de movilidad le hace ver la imagen borrosa, se dispone a colocarse sus gafas y en un suspiro al poder ver con más nitidez la fotografía se activan miles de neuronas haciendo la sinapsis para proyectar remembranzas.

El capitán de la infantería del 10mo batallón Salvador Durán, apuesto caballero, la conquisto de inmediato por su valor de hombre, el portar el uniforme militar y esa voz cautivante que le penetro el cerebro. Armas que adornaban su galanura. Armas que también formaron parte de su vida matrimonial con violencias y disparos por ocultar entre las sombras coqueterías furtivas.

La anciana toma la fotografía de su boda. Aquel momento inolvidable con los Manrriquez, en los años 50`s, millonarios y compañeros de fanfarrias, excesos de alcohol, tabaco y desvelos de miles de eventos militantes engalanado las mejores galas de mujeres pavoneadas por caminar del brazo de hombre de uniforme verde oliva. Exceso de besos y pasión desenfrenada que provocaban la admiración y envidia de los invitados. Excesos de gritos altisonantes por reanimar al militar a volver a tomar conciencia con baños de agua fría y estar antes del alba y el primer toque de trompeta en el paso de lista del batallón. La abuela Aida era también el militar de su casa, tocando de puerta en puerta para la venta de productos y poder propiciar más provisiones a los hijos fruto de balas acertadas en su sexo femenino.

Aida también libró, aquellas balas que disparaba el militar con la fuerza galeonica de una mujer feroz, gritos por infidelidades descubiertas, manos de base protectora que abalanzaba a los críos por evitar le presencia infernal del combate de guerra marital.

Ahora ya convertido en coronel la Abuela Aida caminaba con pasos firmes con brazos cargados de tres rubios infantes por huir de la realidad del abandono del escape del Coronel a bares con sus compinches, y dejar bocas sin el sabor propicio de dulces, frutas y nutrición nocturna. Pero para Aida nada la vencía. El dolor era su arma de fuego.

Abraza sus máximos recuerdo, La abuela Aida se recuesta en la pared para seguir soñando, con las galas de grandes crinolinas, el olor de fragancias exóticas y las tertulias de jazz y danzón que muchas noches fueron la pasión desenfrenada de su amor con el militar, El abuelo Salvador. Ahora es Un General de Brigada, con alto rango de poder. Ahora La abuela Aida es reconocida como la gran militar que libro las mil batallas victoriosas de crear hijos. Cierra sus ojos y se va a soñar.

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