UNA NOCHE CUALQUIERA
Cabalga su caballito amarrando la vida. Antonio le llamaban. ¡Vestigios de sangre con olor a hielo! ¡Vestigios de hielo con olor a sangre! Pasadas las diez de la noche, la puerta se cerró a nuestras espaldas y el aire denso presagió horas eternas. Era un cuarto de cuatro por cuatro metros, paredes blancas y amplio...