Un día en el infierno
Poco podía imaginar que aquel infierno de caramelo marcaría mi futuro. Vivía en la capital, a la que emigré con mi padre cuando se quedó viudo y yo huérfana con sólo ocho años. Acababa de cumplir catorce primaveras, edad en la que ya se podía trabajar en España. Han pasado cuarenta años y el recuerdo...