Perfil público

BIOGRAFÍA CON UN POSO DE REALIDAD Y OTRAS MENTIRAS
Abro la lata de sardinas en la rapidez histérica de un mediodía transitorio hacia la reunión de la tarde. Salta la tapa sobre el dedo índice, rojo, sobrecogido en su rasguño. La lata cae sobre la encimera, olvidada y repleta, culpada e inculpable. Tomo asiento, me dispongo al cataclismo, al viaje de la sangre (sí, es sangre) a través de la palma de la mano. Se colorean la línea del destino, la línea del corazón. Mi abuela me leía la mano mientras desgranábamos maíz en la cocina, al calor de la leña, frente a un vaso de vino tinto. Vivirás muchos años, me decía, y tendrás un buen hombre que te dará una niña tan bonita como tú. Solo me interesaba vivir muchos años pero me preocupaba que un hombre apareciera por la puerta con una niña de la mano. ¿Qué podía hacer yo con una niña? Yo solo quería leer las historias del único libro que tenía mi abuela. Lo dejó aquí tu tío. La abuela torcía el gesto y miraba por encima de mi hombro. No sé cómo te gusta eso. Yo nunca aprendí a leer pero sé otras cosas. El libro tenía historias increíbles, como la del hombre que vio convertida en longaniza su nariz. Yo imaginaba que ese hombre vendría con la niña. Pasaba las hojas mojando con la lengua el dedo mientras mi abuela manoteaba espantando las moscas del otoño. Llegó un día en que mi abuela y yo nos separamos. Era hora de recorrer la línea de la vida. Tienes que vivir tu vida, me dijo, mientras apuraba su vino añejo. Llevé conmigo el libro de cuentos. Solo fue el primero de mis errores. Los recuerdos deben permanecer en su sitio. Fuera se desorientan y no saben volver. La línea de la vida siguió su curso hasta llegar a la lata de sardinas, al corte brusco e inesperado, a la sangre horripilada. Desvío la vista y salto de pronto con el clamor del timbre. Tirita en mano abro la puerta al sol del mediodía. Dos niñas entran por la puerta.