Mil doscientos pasos
Uno a uno, los golpes que le lanzaba se hundían en su cara con la fuerza de un martillo en un bloque de mantequilla templada. Las primeras filas de espectadores escuchaban atónitas la música letal de los mazazos sobre su rostro hinchado. Un reguero de gotas escarlata se esparcían sobre la lona con cada derecha...