Hoy es jueves. Me despierto a las diez y media. Levanto la persiana y miro por la ventana. Hace un buen día, una buena temperatura para ser esta ciudad. Veo a unos chicos en manga corta y pienso: «Son hombres, a lo mejor no hace tan bueno». Luego miro al otro lado de la acera y veo a dos chicas en tirantes: «Vaya, pues sí que hace bueno». Abro la ventana. Hace fresco pero no se está mal. Llevaré la chaqueta negra. Desayuno. Ayer vi Kramer contra Kramer y me hago torrijas porque me dieron ganas al ver la peli. Meryl Streep y Dustin Hoffman hacen un papelón, pero ella es una bruja. Bueno, en realidad no tiene la culpa. Él no le hacía caso, necesitaba ser libre. No sé.

Mientras pienso en esto, voy al baño, me peino, me hago un moño cinco veces hasta que queda como creo que debe de quedar, me pinto la raya, el rímel. Me miro al espejo y me digo: «Vaya, esta eres tú, vaya cara, vaya pelos.» Pero no me da tiempo a más. Miro el reloj, tengo dos minutos. Me visto corriendo. Bueno, corriendo no. Busco un pantalón concreto, el campana. Me miro al espejo: «Vaya culo, qué horror. Pero bueno, los pantalones molan.» Cojo una camiseta de manga corta porque recuerdo que hacía bueno y me pongo la chaqueta. Salgo corriendo, pero antes de salir me vuelvo a hacer el moño.

Entro en el ascensor. Me miro en el espejo otra vez. Me ajusto el pantalón, la camisa, la chaqueta. Envío un whatsapp: «Salgo». Salgo corriendo del portal. Bajo por la calle y miro alrededor. No hay mucha gente. Bueno. Pasa una furgoneta. Me silban. «Oye, guapa ¿no dices nada?». Sigo caminando. No digo nada. Miro a lo lejos. Hay dos señores mayores. ¿Me cambio de acera? Bueno, da igual. Paso entre los dos. La acera es estrecha. «Pasa, guapa. Esas piernas…» Sigo caminando. Me cambio de acera. Estoy llegando casi a la facultad. En realidad no hacía tanto calor. Hace fresco. Menos mal que me no salí sin chaqueta. El moño se me ha ido cayendo, me lo hago otra vez. Entro por la puerta y bajo corriendo las escaleras hacia la clase. Me siento. Saco el móvil para silenciarlo. Me llega una notificación de El País: «Última víctima de violencia machista…». No sigo leyendo porque la profesora me está mirando. Me quito la chaqueta, saco las cosas. Escucho. Apunto. «Lo más importante es enseñarle al paciente a usar los inhaladores de forma correcta porque…». Estoy sentada con las piernas abiertas. Pienso que es una forma de sentarse muy varonil. Pero me encanta. Soy idiota, pienso. Ya he desconectado. Pienso en que esta noche salimos. Acaba la clase. Voy al baño. Según entro, está un compañero secándose las manos. Le saludo. Es majo. Me sigue sorprendiendo que nuestros baños sean unisex. O por lo menos sean usados por hombres y mujeres. Solo los de esta planta. Me encanta. Aunque siempre están llenos de mujeres. «Dios, somos unas meonas.» Me miro al espejo. Vuelvo a clase. Me siento. Escucho. Escribo. Dios, este profesor solo lee las diapositivas. Bueno, ya acaba. Salimos de clase. Me voy a casa. Camino y veo una tienda de electrodomésticos con una mujer en su escaparate haciendo las tareas del hogar. Pienso en mis cosas. Vuelvo en mí cuando oigo a un niño llorando. Su madre: «Cállate ya, que pareces una niña.» Me giro. Cinco años, creo yo. El niño no para de llorar. Sigo caminando rápido porque tengo hambre. Siempre de camino a casa tengo que pasar por un parque que da mal rollo. Suele haber dos o tres hombres pobres y borrachos hablando y riendo a voces a cualquier hora del día. Hoy hay seis, así que rodeo el parque aunque tarde unos minutos más. Sigo caminando y entro en el portal. Subo corriendo. En el ascensor me miro en el espejo. «Qué horror.»

Entro en casa. Me hago unos tallarines. Mientras como, hablo con mi compañera de piso. «Ayer volví al final a las dos.» Joder, sí que se alargó, pienso. No volvió sola al menos, pienso. Me cuenta cosas del día de ayer, de clase, nos reímos. «Friego» dice. Vale. Pongo el telediario. Trump sigue con sus vetos. Miro a Melania a su lado. ¿Pero, cómo? No lo entiendo. Apago la televisión. Friego y llamo a mis padres. Están bien. Estoy bien. Cuelgo y me pongo a hacer skype con una amiga. Todo bien. Cierro skype y abro facebook. No sé quién ha ido a Malasia, no sé quién ha corrido tres kilómetros. Bueno. Sale una noticia. Un artista sirio ha insertado frases machistas de Donald Trump en anuncios de los años cincuenta. Quedan totalmente factibles. Me asusto. Son frases que ni sabía que las había pronunciado. Me asusto más. «¿Hasta dónde vamos a llegar?», me pregunto. Sigo mirando. Después de varias fotos de viajes veo un vídeo de un youtuber entrevistando a jóvenes por la calle. Le pregunta a uno que qué le parece que se celebre el día de la mujer. «Pues me parece mal. Pues, porque no hay día del hombre. Pues, ¿por qué de la mujer?…» Dejo de ver el vídeo. Normalmente me río. Pero ahora me enerva. Cierro facebook.

Entra otra compañera de piso por la puerta. Durante casi dos horas hablamos de nosotras, de nuestra vida amorosa, y de la liberación de la mujer. Me gusta hablar así. Improvisando. Se va. Creo que voy a ver una serie. Tengo muchas ganas de empezar la nueva temporada de Girls, así que me pongo a ello. Me encanta. Lena Dunham es brutal. Me quedo mirándola embobada. Ella ha creado la serie, la protagoniza, dirige y escribe. En este capítulo enseña su cuerpo, para nada convencional, en varias ocasiones. Se muestra desnuda y le da igual. Revindica en cada frase que pronuncia. Y a la vez se frustra. En este episodio acaba acostándose con un monitor de surf que está bastante bueno. No me engaño. Pienso: «¿Esto ocurriría en la realidad? Vamos a ver, ella no es el tipo de chica convencional: delgada, guapa y simpática.» Pero luego pienso que estoy empezando a estereotiparla. Pienso que no sé si ocurriría en la vida real, pero quiero creer que sí. También hay una escena que me llama mucho la atención. Él le dice que se asombra de que tenga tanto vello púbico. Ella le dice: «¿Qué coño acabas de decir?». Yo pienso que ole sus ovarios. Él le responde, excusándose: «Quiero decir, que he visto muchos coños por el mundo, pero ninguno tan poblado como el tuyo». Ella, muy ofendida: «Perdona, no sabía que tenía que disculparme por tener el coño tal y como Dios me lo hizo para lo que lo hizo», o algo así. Y él le responde sonriendo: «No, it`s pretty cool». «Thanks» dice ella. Acaba el capítulo. Ha sido genial.

Miro instagram. Justo me sale una publicación de Lena Dunham. La han criticado en muchas ocasiones por su peso, y acaba de publicar un post diciendo que «no le importa mi la menor de las mierdas lo que cualquiera piense de su cuerpo» y explica por qué nadie debe sentirse mal con su cuerpo. La aplaudo internamente. Me encanta. También recuerdo todas las publicaciones que he visto estos días de hombres y mujeres hablando sobre la igualdad de derechos, sobre la necesidad del día de la mujer, y de la visibilidad de las mujeres… Sonrío. Cierro instagram. Miro el reloj y son las nueve.

Me ducho, elijo la ropa que ponerme. Unos pantalones grises y una blusa blanca. Tiene un escote muy pronunciado. Qué mas da, pienso. Se me ve el sujetador negro de debajo y me gusta. Qué mas da. Me maquillo. Me miro al espejo. «Bueno, es lo que hay». Pienso en Lena Dunham y comprendo lo idiota que estoy siendo. Mientras me hago rizos bailo con mi compañera de piso. En la canción dicen: «…adoro a las pijas de mi ciudad». Nos reímos. Recojo todo y me pongo a cenar. Termino, y salgo corriendo con una botella en una bolsa del Mercadona. Voy sola a la casa de otras amigas. Son las diez y media pero mi calle está vacía. Tengo el abrigo desabrochado. Me miro el escote, y me subo la cremallera. No hace tanto frío. Sigo caminando. En el paso de cebra un coche conducido por dos chicos jóvenes está parado. Les miro y me miran. Cruzo el semáforo rápidamente. «Parecían majos», pienso. Pienso en que soy idiota. Camino rápido. Llego al piso de mis amigas. Ellas están cenando aún, y yo me sirvo una copa.

Salimos. Hoy hay barra libre, así que vamos a ir a ese bar. No me gusta, pero estoy con mis amigas. Caminamos hacia el bar. Es la una. Por el centro nos asaltan los relaciones públicas. Les decimos que no, gracias. Llegamos al bar. No hay mucho ambiente. Miro alrededor y solo veo niños. Bueno, yo aparento dieciséis, no sé qué estoy diciendo. Nos pedimos una copa. Vamos a bailar. «Si te pido un beso, ven, dámelo. Yo sé que estás pensándolo. Llevo tiempo intentándolo.» Lo odio. Escucho las letras y pongo mala cara. Mis amigas se ríen: «No las escuches, solo báilalas.» Me pongo a bailar. No me lo paso mal, la verdad. Me río, bebo un poco, empiezo a «perrear» con una amiga. «Pasito a pasito, suave, suavecito…». Vuelvo a poner mala cara. Desconecto. Me fijo en las luces y en la gente. Hablo con mis amigas de que no hay nadie interesante. Seguimos bailando. Vamos hacia otro lado del bar así que nos metemos entre la marabunta de cabezas. Pasamos entre un grupo de niñatos. Empiezan a hacernos corrillo, se nos acercan. «Eh, eh, eh…» Yo pienso: «Eh tú, subnormal». No digo nada, ni les miro. Me cogen el pelo, lo miran y me dicen: «Guapa» y se ríen. Sigo caminando. Estoy nerviosa. Más bien, enfadada. «Vaya gilipollas», suelto. «No les hagas caso.» «Lo sé.» Seguimos bailando. «Este party es un safari (a ella le gusta). Todos miran cómo bailas (a mí me gusta). Hoy tú andas, baila pa’ mi (a ella le gusta)». Si soy sincera me ha acabado gustando esta canción. Paso de la letra. Empiezo a bailar. Siento que alguien me dice algo. «Mira qué guapa con ese escote». Me voy a pedir una cerveza. En la barra se me intentan colar. La camarera me da preferencia a mí. Le doy las gracias. El chaval que se intentaba colar me pone un dedo en la cabeza y me dice que gire. Yo: «Mira, no.» Él se lo pone a mi amiga y también le dice que no. El chaval, extrañado, se lo pone a la chica de al lado. Ella se gira. Él se ríe y da palmas. Pienso que si estuviera borracha también hubiera girado. Me dan la cerveza. Un amigo del otro me dice: «Mírala. ¡Guapa!» y me toca el brazo. Le digo: «Gracias». Nos bajamos otra vez a la pista. Seguimos bailando. Tenemos ganas de ir al baño. Hay cola. Esperamos. Algunas chicas intentan ir al baño de chicos. Entramos al baño. Las borrachas empiezan a armar escándalo: «Acabad de mear, que no se tarda tanto, coño. ¿Por qué las mujeres son tan lentas?». «Gilipollas», pienso. Salimos del baño.

Volvemos a bailar. Cada vez hay más gente y más borracha. Son las cuatro menos cinco y nos vamos. Unas amigas se van por un lado. A mi casa vamos tres. «Menos mal que vuelvo con ellas», pienso. Luego pienso que la calle está súper iluminada y que mucha gente vuelve de fiesta también. Pero esa calle siempre me ha dado respeto. En fin.

Llegamos a casa. Buenas noches. Vamos a dormir. Pongo el despertador. Estoy contenta pero enfadada a la vez. Pienso que podría volcar esa frustración en un relato. Me duermo. Ha sido un día más.

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