Como si del canto de una sirena se tratase, ella me envuelve y provoca que mi corazón se acelere con solo saber que está cerca. Dicen que el amor es maravilloso, pero yo creo que es una condena. No eliges de quién te enamoras ni cuándo va a ocurrir, únicamente pasa y tienes que afrontarlo.

Yo diría que mi problema es que nunca sé dónde está. Nunca he podido presentársela a mi familia ni a mis amigos, siempre tiene que marcharse antes. Cada vez que la encuentro es por pura casualidad, es un misterio, un atributo que me encanta de ella. Solo la veo cuando siento que puedo hacer cualquier cosa, cuando mi motivación es tan grande que no temo la ira de los dioses.

La primera vez que la vi fue cuando tenía unos cinco años. Estaba jugando con los otros niños cuando, de repente, vi un palo y se me ocurrió dibujar en la arena. Entonces comencé a mover el palo de un lado a otro, quería reflejar lo que se veía de la ciudad desde mi habitación. Fue en ese momento en el que se acercó una niña que no había visto nunca y con sus ojos grandes y curiosos me preguntó qué tenía en mente. Recuerdo que cuando volví a casa les pregunté a mis padres para saber si conocían a la pequeña, pero no les sonaba haberla visto.

Cuando tenía diez años volví a verla. Fue el día en el que me concedieron permiso para ir solo al templo. Después de haberlo conseguido, fui corriendo por la ciudad porque sentía que era invencible, que nada podría detenerme. Ella estaba en el lugar en el que me paré a descansar y como la otra vez me preguntó qué tenía en mente.

Las siguientes veces la veía más a menudo. Iba conociéndola mejor y poco a poco noté que lo que me hacía levantarme todas las mañanas era la posibilidad de encontrarme con ella. Una vez le pregunté que dónde vivía, tranquilamente me respondió que ella estaba siempre con aquellos que precisaban de su talento. No conseguí que me desvelara cuál era, pero se rio mucho porque me decía que ya tendría que saberlo.

Ahora que no estoy con ella, sé que Eros me ha clavado una de sus flechas. El amor puede ser muy bonito, pero en estos instantes tengo miedo de lo que pueda ocurrir. Nunca sé cuándo la voy a volver a ver, y es justamente en este momento en el que me doy cuenta de que sin ella, mi vida no está completa. Tantos días con ella sin entender qué era lo que me hacía tan feliz y ahora tan miserable por no estar a su lado.

Seguramente sentía esto desde hace mucho tiempo, pero no me entendía bien. Crecer provoca que uno se comprenda mejor. Cuando la vuelva a ver, se lo diré, se lo gritaré al mundo entero si es necesario para que no sea necesario que se vuelva a ir. Quiero que mis seres queridos la conozcan y que ella esté junto a mí el resto de mi vida. Sí, está decidido, se lo diré. De hecho, en estos momentos voy a ir a buscarla.

Pero, ¿por dónde la busco? Mas bien, siempre ha sido ella la que me ha acabado encontrando a mí. A ver, voy a pensar… Puede estar en el templo o en el teatro o en el circo… Puede estar en muchos sitios. De nada sirve quejarse. Tengo que encontrarla, sé que puedo hacerlo, ¡tengo que lograrlo!

-¿Qué tienes en mente?

Esa cantarina voz, esa sonrisa burlona, esos ojos curiosos… Ella ha sido de nuevo la que me ha encontrado. Está aquí, delante de mí. Realmente tiene interés en saber qué me propongo. Pero ahora ya no me siento tan confiado como cuando he salido de casa. ¿Qué debería de hacer? Si no se lo digo ahora, no sé cuándo se lo diré, pero ¿y si no sale bien? ¿Dónde estaba toda esa determinación que había tenido al salir de casa?

-Me tengo que ir.

¿Ya? ¿Tan pronto? No, no puede irse. Es mi oportunidad. Cojo su brazo con suavidad para no hacerle daño y la dirijo a un lugar en el que no hay nadie. No me siento cómodo cuando hay gente mirando lo que haces.

-¿No podemos hacer algo juntos antes?

-No, porque tu motivación ha desaparecido y no puedo estar entonces contigo.

¿Qué tiene que ver mi motivación en todo esto? ¿Acaso tiene que ver con su talento? Eso ahora no importa, ¿qué ha cambiado desde que me la he encontrado a como estoy ahora? Ya sé. Mi convicción era muy grande, iba a declararme a ella; sin embargo, ahora ya no estoy tan seguro. Bueno, puede que esté equivocado, pero supongo que eso la mantendrá más tiempo a mi lado.

-No quiero que te vayas. Quiero que permanezcamos juntos hasta la muerte. No vuelvas a marcharte como las otras veces, por favor. Cuando no estoy contigo, noto que mi vida no está completa.

Mi corazón palpita aceleradamente. Se lo he dicho, no sé cómo, pero lo he hecho. No soy capaz de concebir mi vida sin ella, ya me ha ocurrido otras veces y el vacío que me deja es demasiado grande. Poco a poco, mueve su cabeza y deja de ver el suelo y clava sus ojos en mí. No sé distinguir si está feliz o triste, probablemente una mezcla de ambas emociones.

-Puede hacerse algo, pero tiene consecuencias que pueden echarte para atrás en tu decisión.

-Estoy dispuesto a cualquier cosa. Dejé de dudar hace mucho tiempo. Sé que sin ti, mi vida no tiene sentido.

Me mira con la cara seria. Es la primera vez que veo esa expresión en su cara. Coge aire y empieza:

-Al igual que el alma buena tiene que despojarse del cuerpo para disfrutar de los Campos Elíseos, tú tendrás que perder algo muy preciado para obtener lo que me estás pidiendo. ¿Estás dispuesto a ello?

¿Perder algo muy preciado? Algo de mí cambiará, eso significa que mi manera de ser también se verá afectada. ¿Por qué vacilo? Ya tenía una determinación, voy a seguir lo que mi interior me dicta. Perderé algo, pero ganaré mucho más, pasar los días con ella es un regalo que nunca imaginé poder tener el placer de abrir.

-Nunca he estado más decidido.

-Entonces, cierra los ojos y no los abras hasta que te diga.

Su figura es hermosa. Siempre lo ha sido, pero ahora me parece que se ha vuelto más bonita. Cierro los ojos y oigo cómo se acerca sigilosamente. La tengo en frente de mí. Noto su respiración. Sus labios acaban de rozar mis párpados. Ha besado mis ojos y mientras lo ha hecho, he notado cómo unas lágrimas le han humedecido sus sonrosadas mejillas.

-El pacto ha sido sellado, como tú querías. Eres libre de abrir los ojos.

Despego mis párpados lentamente. Negro. ¿Se ha vuelto de noche? No, todavía noto el sol calentando mi piel. Sin embargo… negro. No veo nada más que eso. No entiendo lo que acaba de pasar. Me estoy desorientando. ¿Qué ha ocurrido? De pronto oigo sonidos que nunca antes había percibido, ¿qué está ocurriéndome? Mi cabeza da vueltas. Estoy poniéndome nervioso.

-¿Estás bien?

¿Me están hablando a mí?

-Tranquilo, es normal que estés un poco confuso al principio. No temas, yo estaré contigo, ¿recuerdas?

Esa voz melodiosa. Esa confianza que me había transmitido desde el momento en el que la conocí. Sí, claro que lo recordaba. Ella es por lo que me levanto cada mañana. Sus besos se han llevado mis ojos. No me importa, si ella está junto a mí, nada más importa. Solo veo oscuridad. Noto que me ha cogido de la mano y que me guía. Tengo la sensación de que el negro que veo no es tan negro como antes. Aunque tengo un miedo incontrolable, mi felicidad sobrepasa todos los límites.

-No te olvides nunca de que, aunque yo te haya privado de tus ojos, te amo en lo bueno y en lo malo. Vamos a la plaza. Creo que es hora de ir empezando a demostrar quiénes somos.

-Gracias, Epoílac.

Luz. Una luz acaba de iluminar mi mente. Epoílac no es su nombre real, sino Calíope. Es la musa de poesía épica y de la elocuencia. Por eso solo puede estar con los que está motivados, porque es la que inspira a las personas.

-Mantén la calma, recuerda que yo estoy aquí. Déjame ser tu voz durante unos instantes.

Ella viaja a través de mis pensamientos hacia las palabras más exactas. La gente comienza a rodearme. Calíope me infunde ánimos y empiezo:

-Canta, musa, la cólera aciaga de Aquiles el Pelida…

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