La calle
Debió tener tiempos mejores: amaneceres en los que las pezuñas de los mulos restallasen sobre sus adoquines, atardeceres en los que algún grano de cereal se adentrase entre sus grietas, mediodías plagados por un reguero de niños con las rodillas sucias. Sin embargo, ahora, la calle yacía sobre la penumbra de las farolas. Las campanas...