El silencio de todos

El silencio de todos

Isaac Freire

20/02/2019

Porque él permanece aún libre, aunque su libertad, cada vez sea más cruel y agitada.

Sus manos aún siguen de pie, en silencio. No han querido implicarle, sin embargo, ello podría suponer fallos a la circunstancia de que no asistió a su muerte.

Al funeral que le organizamos todos

Las manos de tanta gente. El silencio de todos.

La aspereza del día le impidió seguir. El sueño comenzó a matarlos a todos y sin querer participar se halló herido, entonces llegó la multitud.

– Comencé a murmurar extrañas palabras y deseos varios. Me paré de seco en la mitad de la calle. Cada noche deseaba que volviera este sueño. Todo listo. Es mi muerte y eso es audible

Un hombre de talla alta y delgado era el encargado de matarme – !Lo sabía¡

El puñal había entrado hasta el pecho, atravesando la camisa y las botas. Es el mejor error que he cometido, se dijo.

Han pasado tres días.

Soy un hombre que por lo demás jamás he marchado a la noche. Serían las cuatro cuando sonaron las campanas de la iglesia anunciando la misa de despedida.

– Este hombre se quedará sin su muerte, argumentó.

Por última vez miró de reojo ese cielo inerte, sabía de no volver.

– Esta muerte no me pertenece es de alguien más, es de todos.

Corrió hasta el árbol más cercano, vomitó, subió por las ramas. A cada huida más arriba tropezaba con el peso de un muerto entre sus manos. Era él.

Porque el espacio oscuro nos ha dejado con un carbón prendido entre las manos. Llorando sus vidas. En la callecita estrecha se acumulaba el silencio. Los cuerpos caídos se estrechaban con la niebla que caía a cuentagotas. A diferencia de otras tardes todos los sueños iban en picada

A la decadencia, regurgitaban.

Desde que entró a la habitación se dio cuenta de la inusitada escena. Pensó enseguida en rastrear las armas que había comprado la noche anterior. Se encerró en la tibia penumbra de un confesionario recordando lo que había hecho la noche anterior en ese mismo espacio.

– Conozco bien este Mundo. De vez en cuando hay que quitarles cierta movilidad a las gentes.

Dijo eso y se marchó palpándose el cuello.

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