Perdida
Ariadna dejó el ejemplar que sostenía entre sus manos, sobre sus muslos, en una grácil caricia, al tiempo que desviaba su atención al exterior de un gran ventanal. No sabía hablar japonés, apenas podía pronunciar decentemente el inglés, algo que tampoco la ayudaba en la situación a la que se había empujado. Su minúscula habitación...