El crujir de la madera bajo mis pies y la voz incesante del niño detrás de mí, me sacan del estado de expectación en el que me encuentro. El ojo de agua rodeado de manglares frente a mí, forma parte de uno de los petenes de la península de Yucatán, en México. La gran vegetación inundada de esta tierra casi virgen, hace de esta selva un lugar interesante para visitar. Son pocos los turistas que se atreven a aventurarse hasta aquí.

El sonido de algo entrando al agua atrae mi atención, los presentes callamos para alcanzar a distinguir qué lo hizo. Miro a mis hijas, quienes me acompañan. Pego un dedo a mis labios en señal de que guarden silencio.

-Es un lagarto- dice nuestro guía Luis.

Un par de días antes Luis me había comentado de esta reserva que cuidaba el esposo de su hermana, en cual se podía nadar, y si teníamos bastante suerte…podríamos ver a los monos o a un Jaguar; no le presté mucha atención a ese comentario.

Me percato que las tablas donde nos encontramos están muy bajas, casi dentro del agua

– ¿No es peligroso este lugar? – Pregunto. Nos podría atacar un animal, -por ejemplo, ese lagarto que dices – Le dije un poco inquieta.

-Mmmm, podría ser, aquí nunca ha pasado –Me responde pensativo Luis.

-Lo que se ha visto por aquí son jaguares, -Mire, hay veredas detrás, es por donde pasan. – Responde con voz apacible.

Miro a mi lado y veo que efectivamente hay marcas de caminos que se pierden en la espesura de la selva, por donde podrían pasar enormes felinos.

– ¿Jaguares? -Pregunto, más nerviosa que antes.

-Regresemos, -Ya no me ésta gustando mucho este lugar, -miro a mis hijas, una de 14 y la otra de 8 años de edad.

Me las imagino siendo atacadas por un animal. Inicio el trayecto poniéndome al frente de ellos.

De regreso, el sobrino de Luis un niño de 7 años de edad, no cesa de golpear todo lo que ve, y de hablar incesadamente. Cada vez me pone más nerviosa que un jaguar nos pudiera escuchar.

Veo un palo caído bastante fuerte, lo tomo, para defenderme, por lo menos le daré un buen golpe en caso de peligro.

Escucho a Jana, la menor de mis hijas, decirle al sobrino del profesor:

-Haces mucho escándalo – si aparece el Jaguar te empujaré para que te coma. -Aunque solo serás un bocadillo para él, eres bastante flaco, –le dice con un tono en broma.

Intento que mi nerviosismo no se note, sin embargo, siento mi rostro contracturado; el cuerpo tenso, mi corazón late muy rápido. Creo que estoy exagerando, – “Dónde se encuentra mi alma aventurera”. -Me digo.

Me pongo alerta, algo se mueve entre las plantas, me paro, preparo mi palo. Es un cerdo de monte, nos mira y se regresa tranquilo por donde vino.

Respiro profundo, de nuevo escucho los movimientos entre las yerbas, esta vez no le doy importancia y continuo mi camino, – “ha de ser el cerdo que se está alejando” –Me digo pensativa.

Pero el sonido no viene de abajo, es de arriba de los árboles, de alguna parte de ellos, miro el camino, nos falta poco para salir de ese sendero hecho de tablas de madera, recuerdo vagamente las palabras de Luis; -«Si tenemos suerte podríamos ver un mono»-.

Miro hacia arriba y lo veo, no es un mono, es… ¡El jaguar!

Me paro en seco, Me petrifico, “¡Mis hijas!” es en lo primero en que pienso, el sobrino del profesor, cansado de hacer ruido viene bastante callado y fastidiado, o tal vez asustado de que Jana hablo en serio sobre empujarlo para ser comido.

El jaguar se encuentra arriba de un árbol. Está mirando algo desde ahí. No es a nosotros, nos da la espalda. Se abalanza desde las alturas sobre lo que observaba. Escuchamos al cerdo gemir lleno de pánico mientras es devorado vivo.

Aprovechamos para movernos rápido, las maderas del camino, viejas, crujiendo bajos nuestros pies, pareciera que gritan buscando ser escuchadas por el felino, para librarse de nuestro peso.

Les hice una señal con la mano a los demás para correr en busca de salir de ese lugar. A mi lado entre la maleza algo se mueve, algo viene hacia nosotros, ¡Dios santo! ¡De reojo miro unas manchas aproximándose a nosotros! ¡el jaguar nos va atacar! ¡De un salto se pone frente a mí!.

Pongo a los niños lentamente detrás de mí; agarro fuertemente mi palo podrido para golpearlo, Tomo conciencia de dónde estoy, mi sistema ha entrado en “lucha” por la defensa de mi existencia y el de los míos. Miro a ese animal imponente de gran tamaño. Es magnífico, me mira fijamente a los ojos.

Por mi mente pasan las veces que un felino me ha mirado de esa manera, con sus ojos penetrantes. Tres veces fueron en diferentes momentos, un puma, una pantera y un león. Me observaron desde las jaulas de los zoológicos donde se encontraban y desde la de un circo cuando alimentaban a uno de ellos, cada uno detuvo su andar y me seleccionó entre varias personas. ¿Seré acaso la presa más débil?

¿Ahora, este cuarto animal me veía similar, me atemorizaba su mirada, notará mi miedo?

¡Se dirige lentamente hacía mí! ¡No deja de observarme! ¡Mi respiración se agita!, ¡No pienso! Me preparo para combatir, ¡El terror me invade! pero no me paraliza, tomo fuertemente el palo entre mis manos para atacarlo también. ¡Se prepara! ¡Me muevo! corre… corro… uno frente al otro, ¡El choque es inevitable!, -Saltará sobre mi!

Un sonido estruendoso se escucha en el aire. Como milagro… el jaguar cambia su trayectoria, ¡se lanza hacía el sendero huyendo velozmente, aterrorizado por el estallido!

Delante nuestro se encuentra nuestro salvador…el cuñado de Luis, preocupado por su hijo, disparó su escopeta en busca de asustar al jaguar.

– ¡Uff! ¡Vaya aventura! –me digo a mi misma, mientras abrazo a mis hijas fuertemente.

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