“Europa es a prueba de tontos”. Así lo dijo mi prima. En ese momento, algo nervioso por mi primera experiencia europea de cuarenta días solo como mochilero, trataba de reunir todos los testimonios posibles para saber a qué iba a enfrentarme. Algunos fueron poco alentadores, pero ese hizo que me relajara un poco y me sintiera más cómodo.

Europa era a prueba de tontos, todo estaba bien. Claro que no contaba con mi astucia para meter la pata. Por cuestiones de logística y tranquilidad muchos de los pasajes de tren y las reservas de los hostels las hice desde Argentina. En el caso particular de un ticket de tren desde Viena a Budapest tuve una confusión pequeña que resultó en un inconveniente grande.

Budapest, como muchas otras ciudades europeas, tiene varias estaciones de tren. La más importante, por su ubicación en el centro de la ciudad, se llama Keleti Pályaudvar. Otra estación, ubicada en las afueras del suroeste y cuya existencia desconocía, se llama Budapest Kelenföld. Por una cuestión de abreviaturas el pasaje de tren indicaba como destino Budapest-Kel, por lo que supuse erróneamente que se trataba de la estación céntrica.

Grande fue entonces mi sorpresa cuando llegué a una estación que poco se parecía a las de Viena, esa ciudad perfecta, ordenada y futurista de la que venía. Kelenföld era una estación pequeña, subterránea a medias y con un aspecto entre descuidado y abandonado. Para colmo de males, ni una sola de las personas que había ahí hablaba inglés.

Aquí hace falta hacer un párrafo aparte para hablar del húngaro. Varias veces he leído por ahí comentarios acerca de que el afrikaans, un idioma con raíces en el holandés que habla buena parte de la población blanca en Sudáfrica, es considerado el idioma más feo del mundo. Por otro viaje a ese país tuve la oportunidad de leer y escuchar algo de afrikaans. Les aseguro que es mucho más agradable que el húngaro.

Todavía no entiendo cómo fue que hice para comprar, por señas, un pase de subte para los días que iba a estar en la ciudad y para encontrar entre nombres impronunciables la estación céntrica que más me convenía. Desde ahí logré abrirme paso hasta mi hostel.

Después de esa llegada agitada pude disfrutar la ciudad como corresponde. Nadie que haya estado en Budapest puede discutirme que es totalmente diferente a las otras capitales europeas. Hay algo asiático en Budapest, en sus baños turcos, en su historia, en su comida con especias, en su gente variopinta.

Budapest es enigmática y única, la verdadera Perla del Danubio. Nunca voy a olvidar mi paseo por la orilla del río al atardecer y los consejos y buena onda de Daniel, mi guía en un Free Walk Tour por el centro de la ciudad.

Por suerte a la hora de salir de partir la estación en mi pasaje si era Keleti, por lo que no tuve ningún inconveniente. Me esperaba Praga, otra ciudad con un idioma espantoso, otra antigua Capital Imperial. Y después, otros veinte días de viaje.

Europa es a prueba de tontos, es verdad. Pero le pertenece aquellos que aprenden a ingeniárselas mejor.

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