EL BUTRÓN
Fernando apareció en el umbral de la puerta de mi despacho justo antes de irme a tomar un café. Llevaba una cara entre desesperación y alivio al verme. Suspiró. Entró pidiendo perdón, disculpándose por haberme fallado. Sabía que su mujer me había llamado contándome lo que había hecho. – No es a mí a quién...