Fernando apareció en el umbral de la puerta de mi despacho justo antes de irme a tomar un café. Llevaba una cara entre desesperación y alivio al verme. Suspiró. Entró pidiendo perdón, disculpándose por haberme fallado. Sabía que su mujer me había llamado contándome lo que había hecho.

– No es a mí a quién tienes que pedirle perdón  -le dije. Le has fallado a tu familia. Pero ahora no puedo atenderte. Me tengo que ir –continué con dureza. En esta historia, compadecía más a su mujer y sus hijos que a él. No tenía ganas de quedarme sin mi media hora del café por un delincuente.

– No es lo que crees. Te he traído una carta y te lo explico. Sé que lo he hecho mal y si no quieres atenderme lo entenderé –me dijo empezando a llorar desconsoladamente y con un gesto en las manos de súplica- No sé qué haré si pierdo a mi familia. No quiero perder a Laura. No quiero perder a mi familia. Es lo que más quiero en esta vida

Empecé a ablandarme con su llanto sincero, su auténtica desesperación. Le invité a sentarse a pesar de que no tenía mucho tiempo si no me quería quedar sin mi descanso antes de la próxima cita. Me pasa a menudo que cuando empiezo a escuchar el trasfondo de la historia,  mi predisposición varía. Odio los comportamientos de la gente con la que trabajo. Comportamientos antisociales, dirían los manuales. A mí me parecen estúpidos y egoístas, pero cuando entro en su mundo psíquico, empiezo a ver que su interior y el mío son muy diferentes. Su entorno y el mío no son parecidos. Es como si viviéramos en planetas diferentes, con diferentes paisajes a pesar de vivir en la misma ciudad, horizontes distintos y poblados por otros habitantes. Sus decisiones y las mías forzosamente no pueden ser las mismas

Conocí a Fernando  hace más de un año. Vino a verme ese día como si fuera una madre que le puede consolar y orientar. Sé que recurre a mí porque con los problemas de crianza del hijo de su mujer se sintió apoyado. Sabe que sé que lo que él quiere es educarlo como él mismo no fue educado. Se sintió –por lo menos anteriormente-  comprendido. El hijo de Laura –Alberto- no aprendía como toca en la escuela y se portaba mal. Ellos tuvieron padres maltratadores y no quieren maltratar. Un programa social les había becado para que tuvieran un terapeuta familiar. Son padres de niños pobres. Fueron niños pobres ellos también.

– No es por lo que crees –repitió Fernando- No lo hice por hacerle un regalo a Laura. Lo hice porque no llegamos a fin de mes. No llegamos. Hoy es martes y tengo que pagar la seguridad social y no sé de dónde sacar el dinero.

– Si hubieras venido antes a hablar conmigo te hubiera ayudado a pensar en las consecuencias- A veces tengo que controlar mi creencia en mi superioridad moral. Lo noto en el tono de voz con la que digo las cosas. O superar mi creencia en mi mayor inteligencia. Me sorprende que la gente no piense en los efectos de lo que hacen  y se metan en unos líos que no hacen más que complicar su vida y la de los que le rodean.

– Pero es que era un buen plan. El seguro me habría pagado por el robo y ahora pagaría las facturas para poder continuar. No llegamos a fin de mes, pero el negocio funciona, podría funcionar… Hubo otro robo igual que la policía no llegó a saber quién había sido, y el seguro pagó…

– ¿Pero tú crees que los peritos de los seguros no se iban a dar cuenta? Ni siquiera ha hecho falta que vinieran. La policía ya encontró todos los indicios para pensar que era el encargado el que había planeado el robo. ¿Y ahora qué? No sólo tienes las facturas por pagar, sino que además tienes que pagar a la abogada.

En mis palabras hay decepción. Tiene razón en pedirme perdón. Yo también me siento decepcionada. En mi imaginario, ellos eran un ejemplo de lo que los profesionales llamamos resiliencia. Una pareja joven que con su amor y ganas de superarse dejaba atrás sus historias infantiles de maltrato y exclusión. Laura había dejado la escuela a los 12 años por cuidar de un padre drogadicto. Los servicios sociales obligaron a su madre a que la llevara a la escuela, pero ella se escapaba para ir a buscar a su padre y vigilar que no se drogara. Fernando había pasado por numerosos centros y familias de acogida (nunca me ha querido contar por qué. Está harto de psicólogos y profesionales). Para ellos, su pareja, su familia, es la primera oportunidad de sentirse estables, seguros y queridos. Y parecía que tenían suerte. Unos misteriosos socios capitalistas que viven en Suiza, les proporcionaron dinero para montar un negocio. Ellos no tienen ni el graduado de secundaria, pero tienen un empuje y una iniciativa que yo, con mi licenciatura, no  hubiera tenido. No me atrevería a montar un negocio que ni sé cómo va.  Les admiraba por su afán de superación. Les admiro aún. No sé dónde estaría yo si hubiera pasado por todos los sucesos traumáticos que ellos pasaron. ¿Sería yo una psicóloga que trabaja tranquilamente tras una mesa si mi padre hubiera sido drogadicto y mi madre hubiera pensado más en sus necesidades que en mí?

Desde mis ojos, se meten en líos que se buscan. Como si tuvieran un “llamador de desgracias”. No piensan. ¿De dónde sale el dinero que les han proporcionado “los suizos”? Ellos no se preguntan. Les sale la oportunidad y la pillan al vuelo. ¿O no harías tú lo mismo? Claro, si no piensas más que  en lo que tienes enfrente de tu nariz, te agarras a lo que ves. Una especie de miopía mental que no les deja pensar ni preguntarse de dónde vienen las cosas ni dónde irán.

– Es que me dejé influenciar. No podía dormir pensando en cómo pagar todas las facturas y el Isra me convenció.

-Veis demasiadas películas -le contesté, seca, dura.

Fernando se puso a llorar otra vez, desconsoladamente- Y ahora perderé a Laura, que es lo que más quiero –sollozaba

La policía había encontrado una huella del tal Isra. Un tipo con antecedentes penales, fichado, y que se va a robar sin guantes… También vieron que claramente el agujero se había hecho ¡desde el interior! ¿A quién se le ocurre simular un robo haciendo un agujero desde el interior? Casi que dan ganas de reír si no fuera porque hay mucho sufrimiento detrás.

-Y ahora me pueden caer de tres a seis años… -sigue llorando –Lo hice por mi familia. Por continuar el negocio. Yo sé que puede funcionar, pero no les puedo pedir más dinero a los suizos… Y si Laura me deja no soy nada…

De repente lo veo claro. Cualquier cosa antes de estar sin Laura. Cualquier cosa antes que decepcionarla. Cualquier cosa aunque cualquier cosa sea algo tan loco que acabe decepcionándola. No puede soportar ser un hombre que falla a su amada. No soportaría su abandono. Lo no-loco, un crédito, un microcrédito, una ayuda a empresarios jóvenes,  no cabe ni existe en su mundo. Ni en el nuestro,  sin estudios, ni nóminas, ni avales .Laura abandonaría a un perdedor, o eso es lo que él cree.

Y ahora la cárcel.

– Y lo peor de todo es que sé que ella no me esperará –dice con los ojos rojos del llanto, sus cabellos revueltos de mesárselos.

– Bueno, no sabes lo que pasará –le digo intentando tranquilizarle- A lo mejor te permiten un tercer grado, no sé cómo va esto… Yo puedo hacer un informe diciendo que vienes a terapia, pero Fernando, tienes que aprender a manejar ese agujero negro que te hace hacer tonterías

– Lo que quieras. Me pongo en tus manos. Vendré a verte… Yo ya estaba harto de psicólogos, pero haré lo que sea…

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