2,3,1 llamadas.
Y entonces tuve el golfo en la ventana. Veinte horas. Veinte horas con el culo pegado al asiento incómodo del que el INBA juraba ser el mejor de sus autobuses, y nada, sólo la soledad aferrada al terciopelo de aquellos lugares que no nos correspondías por ajenos a la costumbre. Pasaban las miradas, extrañas escudriñando...