Mala simiente
Sus palabras eran ratas que se colaban por mis oídos y me roían las entrañas. Un esmalte de usura recubría sus ojos, dos canicas blancas con el símbolo del dólar. En ocasiones me preguntaba «¿Cómo te va?», pero era inútil gastar saliva con un incapacitado para interesarse por el prójimo. Su cerebro, impedido para la...