Depende desde qué lado del Estrecho se mire…
Llegué a Madrid una calurosa noche de abril. Casi por casualidad. Y digo casi porque no fue un viaje planificado. Surgió así, sin más. No hizo falta vender posesiones, ni cruzar el Estrecho en patera, ni siquiera venir escondido en los motores de un camión con las vísceras encogidas por el miedo a que me...