Copahue

Nunca pensé que sentir rugir la tierra bajo mis pies me traería tanta calma…



Dos pehuenes milenarios custodian la entrada al pueblo, serán los últimos árboles que vea en los próximos días. Esta aldea en la Cordillera de los Andes desparrama un puñado de casas bajas y un centro termal ubicado en una depresión del volcán Copahue (1). Éste, todavía nevado en pleno verano, se yergue majestuoso y altivo como el cacique mapuche que le dio su nombre. Más atrás el volcán Domuyo donde Copahue, el cacique, conoció a su amada Piremillán, el hada de las nieves.

La cercanía de las montañas y el aire sulfuroso dilata los pulmones y vivifica el alma. Grandes extensiones de tierra amarilla por la presencia de azufre donde fluyen inesperadas fumarolas, la gente construye hornacinas con piedras para inhalar sus saludables vapores. En el Centro Termal vemos varias lagunas volcánicas, la Laguna Central, sulfurosa que hierve a borbotones y en la que por su elevada temperatura es imposible bañarse. A ambos lados, la Laguna del Chancho de fango volcánico altamente mineralizado y la Laguna Verde con sus aguas templadas, emolientes y relajantes que invitan al disfrute. Todas las aguas: sulfurosas, ferruginosas, verde, del volcán, de limón, etc. poseen propiedades altamente terapéuticas. De ello dieron cuenta las antiguas comunidades mapuches (2) que habitaban y aún habitan la región.

Llegada a mi hospedaje enclavado entre rocas veo desde las ventanas hacia el suroeste, el pueblo y su vigía, el volcán y hacia el noroeste diviso, a lo lejos, las Lagunas Mellizas de aguas dulces que permiten el desarrollo de una tupida vegetación en las laderas que contrasta con la aridez de las termas. No puedo dejar de admirar el maravilloso paisaje enmarcado por las altas cumbres cordilleranas.

Deseaba hacer actividades al aire libre además de las que hacía en el Complejo Termal. Me encuentro con un joven mapuche, esbelto, de rasgos angulosos, nariz recta, ojos verde musgo y una cabellera renegrida y brillante hasta la mitad de la espalda, un color de tez aceitunado, realmente bello. Me aconseja visitar Las Maquinitas, a un km. y medio, una larga y tranquila caminata matizada por los rebaños de chivitos y sus pastores. Los más osados para acortar camino intentan bajar por los riscos a riesgo de romperse la crisma. No era mi objetivo. Sigo el camino con el joven y me cuenta que Las Maquinitas es la única zona termal activa en estado virgen; ya llegando, puedo ver en una vasta depresión rodeada de paredes rocosas pequeñas ollas con las distintas aguas, abundantes respiraderos y fumarolas de singular potencia. Allí hago los baños de vapor en cavernas naturales y tomo los distintos baños mirando el cielo límpido; mi compañero de ruta unta mi cara, cuello y pecho con un fino barro volcánico de color blanco grisáceo, después lo lavo para que me cubra las mismas zonas con algas y me sumerjo a descansar en la olla de agua verde apoyando la nuca sobre una piedra volcánica. Allí se siente el rugir del volcán como si fuese el “trolcán” (3), la voz de Nguenechen (4), estremece hasta lo más profundo pero infunde paz. Ese fue mi sentir.

Pasado el mediodía, ya en el pueblo, almuerzo un delicioso chivito al asador regado con buen vino. Luego trepo por los riscos y descubro que a falta de árboles la Naturaleza regala escondidas
entre las piedras pequeñas flores multicolores y más allá, unas campanillas azules marcan un camino hacia las lejanas Lagunas Mellizas.

Llegó el día, hoy asciendo al volcán. El primer tramo lo hacemos en vehículos para luego continuar en escarpada subida hasta llegar al cráter donde encontramos un glaciar. Una fascinante experiencia. Por la tarde voy al Centro Cultural a tomar un cafecito con tarta de frutos rojos, con mi anotador, para plasmar en palabras lo vivido y de cara al volcán que pocas horas antes había hecho mío. En este lugar se refugiaban otros callados escribientes y pensé que éramos la «secta de los contemplativos solitarios».

Un nuevo día, hoy extraño los árboles, decido bajar dieciocho kilómetros hasta Caviahue, “lugar sagrado de fiesta o de reunión” en lengua mapuche, con su lago en forma de herradura custodiado por el volcán. Emprendo en grupo una caminata por la orilla del río Agrio para ver sus siete cascadas, las más bonitas: la Cabellera de la Virgen y el Salto del Agrio. El río corre en medio de un bosque de pehuenes, lengas(5) y ñires(6). ¡Por fin los árboles! Los pehuenes o araucarias son árboles sagrados para los mapuches, árboles fósiles, hay que abrazar su tronco porque transmiten energía. Finalizado el largo recorrido tomamos un rico té con tortas en una cabaña del bosque.

Durante el regreso a Copahue, el cielo se fue tornando gris con nubarrones amenazantes; al llegar, un viento furioso y un temporal de agua nieve azotaba el pueblo, nevaba en las cumbres y hacía mucho frío, – “Tal vez, también aquí habrá nevada”, dijeron. Me entusiasmaba. A la mañana siguiente el Copahue amaneció vestido de blanco y yo resfriada por mis excursiones nocturnas esperando la nieve.

Se acercaba el regreso, al día siguiente partía hacia Buenos Aires. Voy al Complejo Termal a tomar unos baños de vapor sulfuroso y nebulizaciones con agua del volcán que alivien mi resfrío, me encuentro con mi joven amigo mapuche que sonríe y me dice: – “Estás llorando por la nariz lo que no llorás por los ojos porque te vas de al lado del volcán». Y pensé: – Es así en este lugar encontré armonía para mi cuerpo y alma, me sentí una con la naturaleza, esa calma y esa paz…por momentos sentía que, tal vez, en otra vida ya había estado allí…

Notas:

(1)Copahue: volcán y localidad homónima de la provincia de Neuquén, Argentina. “Lugar de azufre” en lengua mapuche.

(2)Mapuches: pueblo originario de la Patagonia, Argentina y sur de Chile.

(3)Trolcán: trueno en lengua mapuche.

(4)Nquenechen: Dios de los mapuches

(5)y(6)Lengas y ñires: árboles autóctonos.

FIN

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