Desde el obelisco
¡Qué valentía la tuya, la de vocear a un subordinado desde ahí arriba, desde el obelisco! Cuando me llamaron al despacho, tragué saliva. En el estómago, esa misma sensación de angustia que sentía de niña, cuando alguna profesora me reñía injustamente y yo me convertía en un ser indefenso y diminuto… Pero no tan diminuto...