Por todas las razones*, **, ***

Por todas las razones*, **, ***

«Por todas las razones»*, **,***

Dos hombres coincidieron en el banco de un parque. Uno recordaba a un viejo empleado y el otro parecía, un viejo escritor. El primero dijo:

—Mi nombre no es este —señalando una tarjeta que había recogido del suelo. Y el otro dijo casi a la vez:

—Yo busco una nueva identidad. Voy descalzo por la vida untándome el polvo de las estrellas, hechos de fangos y arenas—,  y guardó la tarjeta que le ofreció el que parecía un empleado,   dentro de un libro que llevaba debajo del brazo.

—Nacemos con los pies desnudos como los de una araña, incluso para toda la vida. —dijo el que habló primero, proponiendo un nuevo tema de conversación.

—Creo estar en ese momento en que, como otros muchos, comienzo a pensar en criptas y hierbas cubriendo sus grietas, —apuntó cambiando de tema el que llevaba años escribiendo.

—¿Sellando los mármoles para que no salgan ni entren espíritus?

—Es difícil comprender qué es una persona muerta —dijo el que recordaba a un escritor, sin responder la pregunta que le hizo el que se parecía a un empleado con mucha experiencia.

—Es la soledad inoportuna, el cuerpo arrepentido, es el fracaso de lo vivo. Se rompió la entidad, y se va con los pechos delgados, caídos, marchitos, secos… a un lugar superior.

—No, no estoy de acuerdo, —y argumentó, —es estar sin manos que arreglen lo estropeado, es quererse mover y no poder, es la palidez de la espalda encorvada. Es como si se escapara tu última mariposa acabada de salir, hacia un lugar solo intuido, donde no podrás salvarla.

—No creo que sea eso morirse. Buenas tardes. —dijo visiblemente contrariado el que hablaba menos.

—Sí, adiós para siempre. —y murmuró o pensó, como les sucede a los escritores viejos: —Sí, ya tengo el pecho delgado, seco, vacío de ilusiones, pegados a la piel que pasa por encima de mi único corazón, aún latiendo ni sé por qué.

El viejo que parecía un empleado lo escuchó, seguía cerca, parecía no poder alejarse del escritor, y dijo sin mirarle:

–Yo sé por qué: por inercia, por costumbre, por haberle enseñado solo a latir y a romperse, —y volteó el rostro, ahora sí, mirándolo, iluminando con su extraña luz al viejo escritor, quiero decir, al que se parecía a las personas que escriben desde hace tiempo.

Y sucedió que, desde lejos, comenzó a escucharse una hermosa música a la que ninguno de los dos tomó en consideración.

—No termine con tanta inmediatez lo que le han regalado, siempre hay tiempo para morir…. para siempre. Tiene mucho que contar aún. —Y se alejó, como un ángel sin alas, caminando lentamente a ras del suelo.

Entonces el viejo que parecía un escritor se quedó pensando sobre esas palabras, sacó la pluma azul y el folio estrujado que siempre llevaba en el bolsillo de su chaqueta. Se volvió a sentar en ese banco de madera donde había escrito sus últimos cuentos, encendió un cigarrillo, apoyó el folio en el libro y comenzó a escribir: «Dos hombres coincidieron en el banco de un parque, uno de ellos sonriendo, se quitó el sombrero a modo de saludo, el otro que llevaba una chaqueta algo raída,  esbozando también una sonrisa,  hizo lo mismo …» —Y disfrutaba mientras contaba su historia, como si  hubiera encontrado nuevamente en su afición, el deseo de vivir.

Mientras, la música comenzó a escucharse en los lugares y sitios que él iba nombrando, en la historia que estaba escribiendo. Y muchos cuentan que la gente que estaba triste  de aquellos sitios, comenzó a ser feliz sin saber por qué.

Y siguió contando y murmurando con voz muy baja, lo que escribía, mordisqueando de vez en cuando su pluma, como hacen a veces los escritores que llevan muchos años haciendo este hermoso trabajo, el  de contar historias verdaderas, o  que parezcan que sucedieron  de verdad, a pesar de no serlo.  Este hombre era un escritor, pero le daba mucho miedo serlo. No podía con esa responsabilidad. En cambio el otro, asumía perfectamente cuidar de la gente que le habían asignado. Era como dicen que son los  ángeles, esa era su profesión, aunque prefería caminar que volar o teletransportarse, o aparecer o desaparecer con un solo chasquido de los dedos. Tenía la misma edad del escritor; era extraordinariamente parecido, era su parte buena, era él mismo.

* Seguir escribiendo.

** Seguir inventando historias.

*** Seguir viviendo esas historias.

—Música de Ludovico Einaudi: «Piano triste para llorar»


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