Hacía un mes que lo habían ascendido a cirujano jefe, y creyó que era un buen momento para casarse por tercera vez.

Sus dos primeras esposas habían muerto. La primera en un ràpido, el gomón se fue de costado, ella se hundió y no volvió a salir, sino luego de tres días, con su abdomen hinchado y escoriaciones producidas por la fauna del río.

Cuando estaba llenando el formulario para el prenupcial sonó el teléfono. Era el corredor de apuestas. El jugaba, y llevaba perdiendo mucho dinero.

Llegó el día. Se casó.

La primera vez que su nueva esposa fue abordada por el hombre que dijo llamarse Emilio Cafarati, le entregó una tarjeta con su nombre y su profesión. Investigador privado.

Elsa, así se llamaba su tercera esposa. escuchó lo que el hombre le dijo con disgusto y un poco de inquietud muy justificada, ya que le aseguró que las dos primeras esposas de su actual marido habían muerto asesinadas.

Al llegar su esposo le preguntó angustiada

–¿ Cómo murió tu primera esposa ?

Él le contó tal cual lo sucedido.

–¿ Y la segunda ?

— Por sobredosis. Era adicta.

Los días pasaron con relativa tranquilidad, no podían ir de luna de miel en ese momento, debido al trabajo de su marido, y su reciente ascenso, pero él le prometió Paris, la campiña, y un viaje de ensueño.

La segunda vez que el investigador la volvió a cruzar, fué a la salida de una tienda, y dijo:

–¿Sabía que su marido tenía un seguro de vida como único beneficiario de sus esposas muertas?

–El las asesinó, créame, y hará lo mismo con Ud. Juega, y le debe mucho dinero al corredor.

–Puede permitírselo–dijo ella

–Gana lo suficiente.

–Para un jugador núnca es suficiente.–Agregó el investigador.

Al llegar a la casa sonó el teléfono, era el corredor de apuestas, el cual le transmitió una velada amenaza.

Encendió el contestador y escuchó el mensaje de la compañía de seguros, confirmando un seguro de vida. Ella entendió que la historia podría repetirse. Él estaba urgido por sus deudas, y si ella moría podría cobrar ese dinero.

Cuando su esposo volvió la encontró llorando, y al preguntarle el motivo, ella encendió el contestador.

–¿Pero qué te pasa?

–¿Como eres capaz de pensar que puedo matar a alguién? Soy tu marido…Te amo!!!

Ella le dió la tarjeta del investigador, el tomo el teléfono, marcó el número, y dió como «No pertenece a un cliente en servicio».

Ella tuvo un pequeño alivio, pero estaba tan confundida, que ni siquiera tenía certezas de sus seguridades.

Salió. Quería despejarse, tratar de pensar en otra cosa, pero antes de abrir la puerta del auto, vió en el reflejo del cristal la figura del investigador.

Esta vez no lo trató con rudeza. Lo escuchó:

–No debe presionarlo, pero esté atenta. Tome, puede necesitarlo–Agregó al darle un 38 corto con su carga completa.

Al llegar a su casa, su marido estaba con un delantal terminando de hacer la cena. En la mesa principal había dos candelabros con velas aromáticas. Se sentaron y comenzaron a comer.

–Hay un ingrediente que no logro identificar.–Dijo ella.

–Jengibre,–Dijo él.

Como despertando de una pesadilla, ella se levantó de la mesa y fué al baño a vomitar.

–¿Que le pusiste a la comida!!!?– Gritó.

Él la siguió hasta el baño. La puerta estaba trabada. Preparó una inyección,y rompió la puerta.

–Es un calmante suave, te hará bien–Dijo

Ella tomó el teléfono y llamó a la policía, dando la dirección y gritando que su marido la quería matar.

Él se acercó y trató de calmarla sin conseguirlo.

Ella sacó el 38 corto y le apuntó.

Profundamente indignado, su marido le dijo:

–¡¡Sal de la casa, o pégame un tiro!!

Ella le pegó un tiro.

Llegó la policía y la arrestó.

–Era una psicópata, le advertimos que no debía casarse con esa mujer.–Dijo a la televisión el nuevo cirujano jefe recién ascendido.

Elsa, que estaba en el recreo de presas, vió en la pantalla a Emilio Cafarati, el falso investigador que ahora ocupaba la oficina de su esposo.

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