Alarma sin Ruido
Desperté. La modorra me abrazaba en la cómoda cama. Tanta pereza hasta de poder estirar mis extremidades. Aquel bostezo invitaba a renunciar al día. La piel tan suave y limpia de cicatrices, dignas de un trofeo del temor al no arriesgar. Anhelaba la madrugada, aquel momento de paz y discusión con mi propio ente. No...