La Liberación de Ester

Ester tenía la mirada fija en sus pies sucios con las uñas mal pintadas y comidas, embutidos en una sandalias de plástico con una mariposa brillante como decoración, pensaba en que era un detalle muy bonito. No así la mugre de sus pies; aunque quisiera no podía tenerlos menos sucios, su casa tenía piso de tierra ¿qué podía hacer? Pensar en ello no tenía ningún sentido cuando habían cosas más importantes en qué pensar, por ejemplo el agua.

-¡Aaaah, cierto, tengo que buscar el agua! –

Se levantó con el ímpetu que regala la necesidad y tomó seis botellas de refresco vacías que coleccionaba para almacenar el preciado líquido. Se dirigió a la salida, pero antes miró hacia el techo y contempló por unos segundos el boquete que la mala construcción, la pésima calidad de los materiales y las desconsideradas lluvias le habían hecho.

La naturaleza romántica de Ester, le hacía pensar en ese hueco como un tragaluz por donde entraban los rayos del sol y por donde podía mirar absorta lindos paisajes imaginarios, ya que, fuera de su casa estos paisajes eran de todo, menos lindos.

Abrió la destartalada e insegura puerta y salió. Atravesó un espeso monte donde temía más por una culebra o un gato escurridizo, que por un maleante; conocía a todos los de su barrio. Caminó de prisa hasta salir a la calle principal.

Le preocupaba que la única toma de agua, que tenían las 450 familias del sector, ya estuviera abarrotada de gente. Era un tubo que podía desenroscarse del cual salía un chorro muy débil, que atravesaba el canal de aguas negras de toda la ciudad, pues el Raúl Leoni era era un barrio céntrico, ubicado detrás de Malariología, como la gente por costumbre le quedó llamando a lo que luego se convirtió en la Gerencia de Saneamiento Ambiental de San Fernando de Apure.

Sin embargo, eso carecía de importancia porque lo único que importaba era llenar sus seis botellas de refresco para llevar agua a su casa y así npoder lavar un poco a su abuela.

Corrió con suerte, la cola no era muy larga y se colocó pacientemente tras los cuatro vecinos que compartían su objetivo.

Saludó a María, madre de cinco niñitos, todos con la barriga grandota y las piernas flaquitas, sola porque el marido los dejó; saludó a Rómulo, un viejito maloliente y cascarrabias que apenas se valía de sí mismo porque la mujer se le murió y los hijos se le fueron del país buscando una mejor vida.

Saludó a Sofía, una linda muchacha estudiante de medicina en una misión educativa del Estado, era una de las pocas que había podido estudiar antes de llenarse de muchachitos y encadenarse a un hombre. Este era un fenómeno raro en el barrio. De último, saludó a la jefa de calle, Sanchenka, siempre movida y activa para denunciar las necesidades del barrio, que no por defender sus derechos, percibía alguna ventaja distinta de sus vecinos.

Ester pensó que al menos ella no había salido embarazada y eso que contaba con 25 años, más bien había sido un logro, otro fenómeno. No se podía dar el lujo de tener un hijo, pues conocía de sus amigas más jóvenes, las precarias condiciones del hospital de la ciudad, por las que se dificultaba salir sana y sin ninguna infección de sus instalaciones. Además, no era tan tonta como para tener un bebé con esas condiciones de vida.

Miró hacia el cielo, y vio cómo, poco a poco, nubes grises se iban agrupando encima de sus cabezas.

-¡va a caer tremendo palo de agua!- dijo, a lo que asintieron todos los vecinos.

-Hay que agarrar agua antes de que esto se inunde-respondió la previsiva y siempre atenta Sanchenka, más como una orden que como una recomendación.

Y es que el barrio contaba con un gran defecto, entre muchos otros; era como una batea gigante que cuando llovía se inundaba y medio metro de las paredes, así como la única toma de agua con la que contaba la comunidad, quedaban bajo el agua, generando que se hiciera difícil cocinar, cepillarse los dientes, bañarse, lavar los platos, limpiar la casa, lavar la ropa o regar las matas porque, desgraciadamente, no salía agua de las tuberías de las casas.

Pensar en suplir todas esas necesidades regularmente era como soñar con causas imposibles, era llevar lo elemental al espacio de lo onírico, de lo inalcanzable, de lo exclusivo y lujoso, a lo cual no podrían tener acceso. Soñar con tener toda la ropa lavada, la casa siempre limpia, plantas sanas, eran eso, sueños.

Ante la sentencia de su vecina, Ester sintió una ligera desesperación, porque si llovía antes de que su compañero de vida llegara del trabajo, no podría llenar el botellón y por ende, él no se bañaría y tendría un problema. Las seis botellas de refresco llenas sabía que solo alcanzarían para cocinar y para medio lavar a su abuela y ella tendría que conformarse con no bañarse, nuevamente, pues ni siquiera le alcanzaría para lavarse los puntos cardinales, como jocosamente decía Ester para referirse a los puntos más olorosos del cuerpo.

Así que sacó su telefonito y marcó el número de Willi, el nombre de su compañero, pero él, muy sereno, estaba poniendo a prueba sus riñones tomándose una botella de ron Centauro con sus amigotes, así que le dijo que estaba demasiado ocupado y que no lo llamara por estupideces.

Ester llenó pacientemente sus seis botellas de refresco y cargándolas como pudo, se cruzó con Salomón, el hijo del pastor, quien era bien voluntarioso y ayudaba a todos sus hermanos

– ¡Ester! ¿Te ayudo?

-no, no Salomón ¿cómo se te ocurre?

-tranquila, que no me cuesta nada-respondió Salomón haciéndose cargo de tres botellas.

Cuando llegaron a la casa, y Ester se dispuso a dejar las botellas en el piso, Salomón vio el botellón y preguntó:

-¿no vas a llenar el botellón? Deberías aprovechar, no sabemos cuándo podremos llenar de nuevo-

-lo quiero llenar, pero es muy pesado para mí y las distancia es más o menos larga.

-No se diga más, yo lo llevo, no te preocupes-

Ester acompañó a Salomón a llenar el botellón y éste lo llevó de regreso a la casa. La distancia entre la toma de agua y la casa, era de dos cuadras aproximadamente, así que el esfuerzo del pobre y flacucho Salomón, al que se notaba a leguas que le hacía falta un buen plato de carne asada, era loable. Cuando bajó el botellón y lo colocó en el suelo, llevaba la cara roja y respiraba entrecortadamente.

-hermana, si tienes un vasito de agua que me regales, te lo agradezco.

-¿Como no?-dijo Ester apresurándose a sacar la jarra de agua fría, pues al menos contaban con una nevera, también con una cocina, pero prácticamente estaba en desuso porque hacía medio año que no llegaba el gas, teniendo que cocinar con leña.

Le sirvió un vaso lleno de agua y Salomón se lo tomó rápido, luego tiró la última gota de agua por la ventana y dijo:

-bueno hermana muchas gracias, me voy, que Dios te cuide- dijo Salomón con dulzura, saliendo de la casucha y cruzando el monte.

Mientras lo veía alejarse, a Ester se le cruzó la loca idea de que le iría mucho mejor con Salomón que con Willi, pero no, ya tenía dueño y ese era Willi, así que tenía que espantar esos pensamiento pecaminosos de su cabeza.

Entró a la habitación de su abuela, que tenía por puerta una cortina o mejor dicho, una sábana azul como puerta. Su abuela estaba postrada en la cama durmiendo; su respiración se escuchaba dificultosa y su tez era pálida del color de una vela, su cabello achicharrado por el sol, ya canoso y de sus brazos arrugados se asomaban sendas llagas, que algunas buscaban estallar en cualquier momento. Ester las limpiaba con un poquito de algodón y agua oxigenada cada vez que podía.

Había sido diagnosticada de esclerosis lateral amiotrófica, gracias a que el médico internista del hospital que la atendía, tenía como mejor amigo a otro médico internista en una clínica cara, a quien le pidió el favor encarecidamente que atendiera a la señora, ya que no contaban con los recursos ni mucho menos con los aparatos para poder hacerle todas las pruebas, claro está, sin cobrarle, porque todo eso saldría demasiado caro y Ester no tenía ni medio.

Esta enfermedad de nombre tan largo y difícil de comprender hace que progresivamente el paciente pierda la capacidad de mover sus músculos, impidiendo que pueda caminar, levantarse de una silla, deglutir y hasta hablar.

Ester se inclinó sobre la cama y poniendo suavemente una mano sobre el pecho de su abuela, le dijo susurrándole:

-abuelita, te tengo que lavar, aunque sea un poquito –

Su abuela, que ahora se comunicaba con la mirada, despertó apaciblemente y asintió como pudo. Así que Ester la desarropó, la alzó para sentarla en la silla de ruedas y la llevó al patio grande y repleto de matas que su abuela cultivaba antes de que la agarrara la enfermedad, por eso estaba un poco descuidado.

No la bañaba en el baño porque este era tan chiquito que la silla de ruedas no entraba. Luego la desnudó y con el balde listo a su lado, procedió a echarle agua en su cuerpo con una tacita de mantequilla. Su abuela expelía un desagradable olor, pues tenía un día que no la bañaba ya que tenía que ahorrar el poquito de agua que agarraba todos los días, por eso la bañaba un día sí, un día no.

A veces le deprimía ver a su abuela así, después de que había sido una mujer tan fuerte de palabra, tan enérgica hablando y gritando, aunque la única manera de expresarse era dándole un uso extremo a improperios y groserías. A veces pensaba que Dios le había quitado el habla como castigo por no haber empleado la lengua para palabras dulces y amorosas. Pero por otro lado la compadecía, porque había sido una mujer que había sufrido mucho, hija de padres campesinos, que al ver que el Estado no los ayudaban con semilla y financiamiento, ni en el mercado les pagaban lo justo por sus cosechas, salieron del monte adentro para mudarse a San Fernando en busca de una mejor vida.

Vivió siempre pobre, pero nunca tan pobre como en ese momento, porque al menos antes, un obrero podía resolver lo más elemental, no podía darse lujos, pero el sueldo le alcanzaba para cubrir las necesidades básicas, mientras que en ese instante, doña Isabel, como le decía todo el mundo, no tenía ni para comer. Se casó con un obrero de construcción y tanto por ella como por él, entregó su vida a las penurias, no solo a la pobreza, sino al maltrato familiar y al machismo extremo, propiciado principalmente por ella misma. Víctima y victimario, sinceramente en este país es muy fácil traspasar esa línea y a veces se vuelve difusa.

Su esposo murió a los cincuenta años por un infarto, por tener las arterias que explotaban de grasa, porque a pesar de vivir en la pobreza, la carne gorda y las comidas en cantidades industriales, no precisamente sanas, nunca faltaron en la mesa, costumbres de campesinos a las que no estaban dispuestos a renunciar.

Quedándose sola y totalmente desamparada, con una niña a su merced, no le quedó de otra que trabajar como doméstica, así que le lavaba, planchaba, cocinaba y limpiaba a otras personas, porque ya era demasiado vieja para estudiar y nunca se enteró de los centros de capacitación para adultos de algunas instituciones privadas y aunque lo hubiese sabido, no lo hubiese aprovechado, porque no creía mucho en esa cuestión del estudio.

Crió a su hija como pudo, sin padre, intentó tratarla con amor, pero el cansancio, la pobre educación y las precarias condiciones, empañaban cualquier ternura que de sus manos o de sus labios pudiera salir. Aunque la amara, era completamente incapaz de demostralo. Quizá alguna palabra habría cambiado algo, solo algo.

Su hija, la mamá de Ester, se había matado en un accidente en el que la buseta que la llevaba a ella y a otros pasajeros, chocó con una gandola y se volcó, provocando que solo sobrevivieran tres personas, terriblemente heridas. La buseta se dirigía a la frontera, específicamente a Arauca, a comprar productos colombianos para vender en San Fernando, una práctica bastante común, porque los productos venezolanos estaban escasos. Para ese entonces Ester tenía diez años.

Mientras que su padre era conocido como el hombre invisible, porque aparecía cada cinco años, a dormir y a buscar comida por un día, para luego irse y continuar con su errática y desordenada vida. Ester no lo consideraba un padre, era un fantasma, del que sabía muy poco, sólo que trabajaba en las minas y que en ese lugar remoto que no existía en la realidad de Ester, todo era el cuádruple más caro que en San Fernando, y que su padre poco veía la luz del sol. La endulzaba diciéndole que él hacía todo por ella, pero Ester nunca percibió tal esfuerzo, porque nunca recibió ni un bolívar partido por la mitad.

Así que prácticamente era huérfana, pero Ester no conocía este término, para ella su madre era doña Isabel, con todo y los defectos que pudiera tener. Su abuela recibía la pensión a través de la plataforma Patria y una pequeña suma regular por discapacidad. Ester siempre estaba al pendiente del Patria; apenas llegaba un bono o el pago de la pensión, salía corriendo a comprar un kilo de harina PAN, un pan, o un kilo de carne, patas de pollo o queso, pero nunca todo junto o todo completo, porque no alcanzaba.

Una vez que la terminó de bañar, la secó con parsimonia, la llevó de nuevo al cuarto y la vistió, acostándola nuevamente en la maltrecha cama. Luego preparó la cena y esperó a que el borracho de su compañero de vida llegara para comer.

Hermana Rosa

Al día siguiente se levantó bien temprano, se lavó los puntos cardinales como ella les decía y se colocó sus mejores ropas, que era una blusa blanca, a punto de perder su blancura, una falda de jean en buen estado por encima de sus rodillas y sus preciadas sandalias de mariposas, que la hacían sentirse menos fea.

Salió y por suerte no había llovido la noche anterior, así que el camino estaba despejado; pasó primero por la casa de su vecina más cercana, dejándole encargada a su abuela, porque estaría un par de horas fuera. Se fue al templo de su barrio, “Cristo Vence” donde la estaría esperando la hermana Rosa, pues Ester tenía que ayudarla a organizar el lugar para el culto del final de la tarde.

Llegó al templo que consistía en un salón grande, con sillas de plástico repartidas para todos los congregados, luego al final, una tarima, con un pequeño altar forrado con una manta en forma de V, con pequeñas borlas como decoración y que tenía la palabra “Jesucristo” bordada en letra cursiva. Allí el pastor hacía sus largas disertaciones sobre la palabra de Cristo. Al costado de la tarima estaba la hermana Rosa, acomodando una corneta para la misa de la tarde.

Ester se acercó dubitativa y esta cuando volteó y la vio, sonrió ampliamente acercándose a ella

-hermana Ester ¿cómo estás? Me alegra tanto verte. Que Dios te bendiga-dijo abrazándola

-hola hermana Rosa, estoy bien gracias-aunque Ester no se sintiera muy bien-¿usted cómo está?

-bien Ester gracias a la gloria de Dios. Vamos a sentarnos-dijo dirigiéndose a las sillas más próximas-¿cómo va todo?

-todo bien hermana, tú sabes, como en Venezuela-dijo suspirando. La hermana Rosa la miró con suspicacia y con una sonrisa de medio lado le dijo:

-tú sabes hermana que mi sobrino anda buscando a personas que quieran estudiar en la aldea que funciona en la escuela del centro, tú sabes, para aquellos que no lograron sacar una carrera por la vía regular…-dijo mirando fijamente la expresión de Ester, esperando ver una respuesta con su mirada

-ay hermana, hace tanto ya que yo dejé de estudiar, que se me había olvidado lo que era eso, ya ni necesario lo encuentro

-hermana no ¿cómo vas a decir eso? Con lo importantísimo que es estudiar, y más tú hermana, que eres tan joven. Difícil es para los viejos como yo, que no encuentran cabida en ningún lado

-¿vieja tu hermana? Pero si te ves como una muchacha

La hermana Rosa se echó a reír

-nada que ver. Estoy segura que a ti te interesaría educación del deporte

-¿lo crees? La verdad es que yo no sirvo sino para meter la pata y ser una carga para Willi

La hermana Rosa arrugó la frente al oír el nombre del infame de Willi

-no te creas todo eso chica, que usted tiene la gracia del señor y él dictamina que nada nos faltará si estamos con él

Ester se quedó un rato en silencio, pero Rosa decidió seguir hablando

-además hermana, una carrera nunca le hace daño a nadie. Tienes tu título y luego puedes ponerte a dar clases y de esa manera ganar dinero, tú sabes cómo es todo. Serías la profesora Ester

Ester tenía que confesar que obtener ese título no le parecía del todo desagradable, pero había algo en su interior, como una garra, que tenía en su poder la poca valentía, seguridad y confianza que le quedaban.

¿Estudiar? ¿Después de haber llegado a la conclusión de que se quedaría bruta para toda la vida? Ni en sus ilusiones más remotas había soñado con tener una carrera universitaria, pero algo muy en lo profundo de su interior le dijo que sería una muy buena idea, después de todo, solo por el hecho de tener el título de “profesora” valdría la pena para estudiar y ser recordada así, no simplemente como Ester, la nieta de la tullida de doña Isabel, porque así la llamaban en el barrio.

Además la hermana Rosa era una persona cabal y no sería capaz de darle ese mensaje, sino pensara que ella tuviera la capacidad suficiente como para estudiar, ella confiaba en Ester y Ester no era quién para traicionar esa confianza. Sintiéndose tremendamente influenciada por la hermana Rosa, aceptó sin pensarlo mucho, y la hermana prometió que le diría a su sobrino para que la contactara.

Después de conversar, se avocaron a lo que fueron a hacer, a probar las cornetas, a barrer, acomodar las sillas, y tener listas las canastas para los diezmos. Después que todo estuvo listo, celebraron un culto como los de siempre, con discursos altisonantes, cánticos y reflexiones sobre la biblia en las que Ester creía fervientemente.

El quiebre

En los siguientes días Ester se guardó el secreto de sus estudios para no sulfurar al susceptible Willi, pues segura estaba que pondría el grito en el cielo si supiera que Ester buscara un atisbo de pensamiento propio, y mucho menos de independencia. Así que cuando el sobrino de la hermana Ester, le informó, que tendría su primera clase el sábado de la mañana siguiente, Ester esperaba paciente y emocionada a que llegara el dicho día.

Sin embargo, el clima tenía otros planes, porque la noche anterior cayó sendo palo de agua, que no tardó en subir tanto que le llegaba a los tobillos, y ni hablar de la calle principal, mientras en ese mismo momento, la alcaldesa explicaba por la radio que el sistema de drenaje del barrio Raúl Leoni había sido reparado y todo funcionaría perfectamente.

Ester pensó que ese era un mensaje de Dios para que no estudiara, para que se dejara de esos inventos, pero de nuevo Salomón se encargó de rescatarla. Willi había salido en canoa gracias a un compadre que lo fue a buscar y como aparentemente Ester no tenía intención de salir, no se fue con ellos, así que una hora después llegó el salvador de Salomón en la canoa de su padre diciéndole:

-hermana Ester, la hermana Rosa me dijo que te viniera a buscar porque tienes que ir a la universidad hoy-ese gesto le endulzó el corazón a Ester y más cuando luego añadió-no te preocupes por doña Isabel, yo vendré a estar pendiente de ella

Ester sintió deseos de lanzarse sobre Salomón y abrazarlo para siempre, pero se contuvo, porque las mujeres no hacían eso.

Se vistió con lo mejor que tenía y lo más rápido que pudo. Se despidió de su abuela dormida con un beso en la frente y se apresuró a montarse en la canoa ayudada por Salomón. Cuando salieron a lo que correspondía a la calle principal del barrio, parecía un río, con casas a sus lados, una versión moderna de los palafitos. Salomón remó hasta donde terminaba la calle y donde el agua estaba más bajita.

Antes de bajarse Ester le dio un ligero y corto abrazo, como demostración de todo lo agradecida que se sentía con él, pero su educación y su moral no permitían que demostrara mucho más. Salomón lo aceptó de buena manera con una sonrisa gigantesca y con la dulzura a flor de piel.

-ahora te debo otro favor. Has sido demasiado bueno conmigo, no sé cómo agradecerte

-tranquila hermana, ya son dos tazas de café que me debes-dijo sonriendo

Se imaginó tomando café en su casa con Salomón y cómo reaccionaría Willi si lo descubría y sintió terror, así que no le correspondió la sonrisa y dijo a cambio

-ya veré cómo te pago hermano, tenlo por seguro

Salomón arrugó la frente

-no te preocupes por eso hermana, estamos para ayudarnos, eso es todo-dijo alejándose en la canoa-que te vaya muy bien en tu primer día

No pudo evitar sonreír y sentir nervios por su primer día de clases en muchísimos años, cuando ya había tirado la toalla para siempre. Pensó que a lo mejor era un designio de Dios que la hermana Rosa la instara a estudiar y que luego Salomón la rescatara.

Aún seguía mojándose los pies, pero el nivel del agua no se comparaba a lo inundado que estaba el barrio.

Era sábado y aunque fuese un día extraño para estudiar, eran los días en los que funcionaba la misión, para aquellos adultos que trabajaban toda la semana. Llegó a la escuela, una de las tantas aldeas que brindaba educación universitaria alojándose en escuelas, ya que no contaba con un establecimiento propio.

La misión era un sistema educativo que el Gobierno había implementado para todos aquellos adultos rechazados por el sistema educativo universitario, pues para nadie era fácil entrar en una universidad si no se contaba con un buen record académico o con el dinero suficiente para costear una universidad tanto privada como pública, porque hasta para estudiar en una universidad pública, se necesitaba dinero.

Llegó a la escuela y la pasaron a un salón de clases. La pintura de las paredes se veía descarapelada, los pupitres estaban en pésimo estado, se le salían tornillos, clavos e incluso hierros, como instrumentos mortales si no se tenía cuidado. A la pizarra le hacía falta toda la orilla, como si la hubiesen partido, el piso de granito estaba sucio y habían afiches pegados en las paredes, hechos por los mismos estudiantes con figuritas infantiles de foami explicando la anatomía humana o explicando los síntomas del cáncer, o explicando las consecuencias de no usar preservativo a la hora de tener relaciones sexuales.

Esta primera ojeada al que sería su nuevo salón, no emocionó mucho a Ester, de hecho pensó que era más de lo mismo a lo que ya estaba acostumbrada, desorden, desidia, suciedad, pero no reparó mucho en ello, porque la sensación de descubrir algo nuevo, aún la embargaba. Cuando entró, tres muchachos esperaban sentados, y tímidamente como queriendo no ser notaba se sentó en el pupitre más alejado que encontró de sus nuevos compañeros, y luego llegó el profesor.

La clase estuvo muy bien, recordó sus épocas en el liceo. No se le escapaba ni dejaba de desilusionarse un poco porque tendrían que cumplir con ciertos requisitos extras que no tenían nada que ver con lo que estaban estudiando, es que la política estaba inmiscuida en su educación y no para enseñarles sobre política, sino para exigirles que asistieran a marchas del partido del gobierno o actividades por el estilo, que eran prácticamente una obligación si querían seguir gozando de una educación gratuita.

Con todo y eso Ester continuó sus clases y se dio cuenta para sorpresa de ella misma que amaba asistir a clases, a excepción de las exigencias políticas, pero de resto, sus clases, sus compañeros, su ambiente de aprendizaje la motivaba, aunque tuviera cierta noción de que todo eso podría ser mejor, como las instalaciones en un lugares limpios, ordenados y en buen estado, los docentes podrían ser más preparados y sus compañeros más interesados en su educación, pero el tan solo hecho de aprender algo nuevo, sin importar las condiciones, encendió un fuego en su interior que no sabía que estaba apagado, ni mucho menos que existía. Ese mundo demostraba que su realidad era apenas una porción y que existía más, mucho más.

Hasta que un día, por un descuido tonto, después de haberle dado de comer a su abuela y a Willi, se fue a acostar extenuada y sin querer dejó su morral abierto y dentro un papel. Willi lo ojeó descuidado y de inmediato llamó su atención, lo sacó del morral y lo leyó. Era un examen de Ester, en el que había sacado 15, por pésima redacción y aún peor ortografía, pero eso no fue lo que llamó la atención de Willi, sino el hecho del examen en si

-¿qué es esto Ester?-leyó la fecha y se dio cuenta que era reciente

-nada-dijo Ester arrebatándoselo de las manos. Willi la rodeó con sus brazos, ella se resistió, pero Willi era setenta kilos de grasa, y Ester apenas pesaba cincuenta, así que en medio del forcejeo, bruscamente le quitó el papel, empujándola. Ester cayó en un golpe seco al piso de tierra, lastimándose la espalda baja. Sintió terribles ganas de llorar

-¿cuándo ibas a decirme que estabas estudiando?-dijo azotándole el papel en la cara

Ester se quedó paralizada en el suelo, sintiendo la tierra dura en sus manos que sudaban de pánico. Miraba sorprendida y suplicante a Willi

-¡¿cuándo ibas a decirme?!-preguntó gritando

Ella no respondía

-¡Ester! ¡Habla!-pero seguía paralizada

-ya veo…-dijo aparentemente tranquilo-que nada de lo que yo haga te tiene contenta, ya veo que todo mi esfuerzo para ti no vale nada, que tú decides tirarlo por la basura como si fuese una cosa fea. No conforme con que me mientes, tomas esta decisión sin siquiera consultarme. Ya veo lo mucho que tomas en cuenta lo que yo pueda pensar. Desde luego que te iba a decir que no, porque ¿qué iba a hacer una loca como tu estudiando? Eso es para gente de dinero, que viven en otras casas, que tienen otras vidas, que tienen cerebro ¿qué vas a tener tu cerebro? ¿Tu? Lo siento amor, pero si me hubieses preguntado, desde luego que te hubiese dicho que no, porque desde luego no quiero que sufras, ni que pases penurias

-nunca pasaré tantas penurias como las que paso contigo-y esa fue la gota que derramó el vaso. A Willi de pronto se le ensancharon las fosas nasales y una vena empezó a brotar en su frente, y desde el fondo de su furia y de su fuerza, sacó el brazo y sacudió la mano en la mejilla de Ester, volteándole la cara.

Con la cabeza en el suelo por el impacto, con la misma furia que recibió, y con la mejilla latiéndole de dolor, se levantó y le dijo:

-vete-de repente sus facciones habían cambiado y en su cara se contemplaba una fría ira, una dureza jamás vista en su rostro, que guardaba una fuerza que ni ella misma sabía que tenía

-¿qué? Después de mentirme y de hacerme esto ¿tienes la cachaza de botarme de tu casa?

-sí. Quiero que te vayas. Te vas, te vas-dijo empujándolo bruscamente mientras él replicaba, pero Ester logró sacarlo de la casa y le cerró la puerta en la nariz. El empezó a tocar la puerta queriendo tumbarla, pero Ester estaba buscando toda su ropa que no era mucha y se la tiró por la ventana

-no te quiero ver más nunca en mi vida

-¡igual! ¿Quién quiere estar con una mujer como tú? Ni siquiera me planchas las camisas. Me voy con otra, como si no me sobraran opciones-dijo orgulloso y se fue. Ester agradeció a su orgullo y al buen concepto que él se creía de sí mismo, porque gracias a eso se fue sin rogar, sin hacer las cosas más difíciles.

Se acostó en el colchón llorando todo lo que no había llorado en su vida, sintiéndose como la peor persona del planeta, como la más desdichada, como la más vencida, su poca valoración le llevó a pensar que de nada valía la pena seguir estudiando, de nada valía la pena seguir viviendo, pero en el fondo sabía que tenía que seguir, no por ella, sino por su abuela, ella carecía completamente de importancia.

La oportunidad

“Eres bruta, no tienes cerebro para eso. Los estudios son para otras personas, no para ti” de alguna manera las palabras de Willi lograron calarse tan hondo en su alma que Ester quedó vaciada, como si le hubiesen exprimido hasta el último aliento. Esas palabras lograron taladrarle el cerebro y el corazón frustrando por completo sus deseos de seguir estudiando. Utilizó una excusa real, la implicación política al que la tenía sometida la universidad, para disfrazar su inmensa desmotivación, así que decidió dejar los estudios porque Willi tenía razón, era bruta.

Siguió cuidando a su abuela como siempre lo hacía y asistía regularmente a las consultas con el médico internista de la clínica, agradecida con Dios porque al menos tenían esa bendición. En una de las tantas citas, el médico joven observó a Ester con ojo clínico y supo que no estaba nada bien, así que le recomendó un psicólogo amigo de él, que la podría ayudar y que no le cobraría nada. Bajo esta premisa Ester aceptó, más por aprovehcar algo gratis, que porque sintiera que necesitaba a alguien dándole consejos.

Cuando Ester asistió al psicólogo, este se dio cuenta inmediatamente de la cruz que llevaba a sus espaldas. Para su sorpresa, Ester habló de todo lo que estaba sintiendo y pensando, impresionada porque una persona la hiciera hablar de los detalles más nimios de su personalidad.

-yo me pregunto, si es que Dios es bueno con unos y malo con otros, siempre me pregunto por qué favorece más a unos que a otros, por qué los pobre nacemos pobres o tan siquiera por qué existe la pobreza. Y cuando uno es pobre la gente se encarga más de pisotearnos, de tenernos ahí aplastados en el suelo-después de una pausa hipando añadió-Me siento tan mal, tan llena de rabia, de impotencia por no poder cambiar mi vida. Dios no me dio inteligencia, ni belleza, ni riqueza, sin embargo, se encargó de darme a mares ignorancia, fealdad y una extrema pobreza que me arrastra hasta el suelo-dijo llorando

-le echas la culpa a Dios Ester-dijo el psicólogo

-no, la culpa no es de él, es del gobierno. Si en algo he estado clara durante toda mi vida, es en que el gobierno no sirve para nada. Dime algo psicólogo ¿tú crees que si el gobierno quisiera arreglar el drenaje de mi barrio no lo hubiera hecho ya? ¿O si quisiera darnos una vivienda digna? ¿O si quisiera solucionar el tema del agua, de la luz o del gas? ¿De verdad nos quieren hacer creer que no tienen el poder para solucionar esos problemas? ¿Pero tienen el poder de mandar bolsitas del CLAP con comida, de repartir franelas con los ojitos de Chávez, o de hacer que toda la población tenga un carnet por donde recibe bonos?

-decías que no eras inteligente-soltó el psicólogo

Ester se echó a reír

-no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de ello psicólogo

-cierto, pero si hay que estar conscientes, y tu Ester, tienes conciencia de sobra, eso lo demuestran tus acciones: lograste sacar a Willi de tu vida, empezaste una carrera universitaria, cuidas a tu abuela, y escucha lo que piensas. ¿Crees que eso es evidente para la mayoría de la gente? ¿Crees que todo el mundo piensa como piensas tú? ¿Crees que es tan fácil? Ester me estás demostrando que aún a pesar de las condiciones tan malas en las que vives, existe dentro de ti una conciencia que ha empezado a desarrollarse y ya no hay marcha atrás. Esa conciencia es cuando te das cuenta que de lo que te rodea no está bien, que debería existir algo mejor, cuando empiezas a analizar que hay cosas que podrían cambiar.

Ester enmudeció de repente. Esto del psicólogo no era como ella se lo esperaba, no solo le dijo que era inteligente, sino que además le dijo que tenía conciencia, algo totalmente nuevo y descabellado para ella. Este psicólogo como que estaba loco. Nunca nadie jamás le había dicho que era inteligente.

-me dijiste que no tienes dónde estudiar ¿verdad?

-si

-ve la semana que viene a esta dirección-y el psicólogo le dio una nota con una dirección-es una instituto universitario

-pero yo no puedo…-dijo bajando la cabeza

-claro que puedes Ester. Tienes la inteligencia, la capacidad y las ganas de sobra para estudiar una carrera universitaria, e incluso para lograr todo lo que deseas en la vida

-¿cómo lo sabes?

El psicólogo emitió una pequeña sonrisa y eso le bastó a Ester para determinar que tenía que seguir estudiando

-no tendría cómo agradecerte psicólogo

-no quiero que lo hagas

Mejor, mucho mejor

Lo siguiente que sucedió fue que Ester vio cómo cada pieza de su vida se iba acomodando en su justo lugar. Con la ayuda del psicólogo empezó a estudiar en ese instituto universitario de donde saldría como docente del deporte.

El ambiente era totalmente diferente; los salones eran limpios, tenían paredes bien pintadas, los pupitres no parecían ser un arma mortal y las pizarras estaban completas; sus compañeros eran joviales y más estudiosos de lo que ella esperaría, como si lo único que les importara fuese estudiar, se los imaginaba estudiando hasta morir, y sus profesores, la inspiraban, hasta tal punto que nunca imaginó sentir amor, realmente amor por seguir aprendiendo, por el conocimiento, así que esa experiencia era todo un descubrimiento, si, de ambientes y personas diferentes, pero sobre todo de sí misma, y estaba maravillada.

Conoció en la universidad a la que sería su única amiga verdadera, Sandra, del cual, en una de sus conversaciones sobre el trabajo, le recomendó un restaurant que buscaba empleados, así que Ester se asomó al siguiente día con su currículo y la contrataron; ganaría en dólares porque la moneda del país estaba tan devaluada, que no tenía sentido pagarle a nadie con la moneda nacional. Las únicas instituciones que pagaban en moneda nacional, eran las públicas, porque estaban obligadas por el estado, y para lo que pagaban, daba lo mismo si no pagaban nada.

Trabajaría como mesera de un restaurant y gracias a lo que ganaba, podía pagarse la universidad, que en comparación con universidades privadas era una ganga. Podía hacer mercado regularmente y sobre todo, podía comprarle las medicinas a su abuela, su fuente de eterna preocupación.

Se le veía de mejor semblante, mejor vestida, aunque los problemas de su comunidad no desaparecieran, seguía teniendo problemas con el agua, con la luz o con el gas, que de no ser porque no ganaba lo suficiente, se mudaba de inmediato.

Salomón que sabía por todo lo que había pasado Ester, la visitaba con frecuencia, con la excusa de cobrar las tazas de café que le debía, pero no hacía falta que las inventara, pues Ester le abría la puerta alegremente. Aun así Salomón inventaba que le tenía que arreglar el techo, o la puerta, o la cocina y realmente lo hacía; consiguió un poquito de cemento que le quedaba a su papá y tapó el horrible hueco del techo, engrasó, cuadró y soldó la puerta y le instaló una bombonita de gas que consiguió bachaqueada con uno de esos señores que vendían bombonas clandestinamente al precio que les daba la gana, y que todo el mundo conocía, así era este país.

Comenzaron una relación silenciosa de cooperación y ayuda, haciendo que entre ellos se estrechara un lazo de intimidad, la intimidad que solo daban los problemas compartidos.

También la visitaba la hermana Rosa, quien se alegraba cada vez que la veía, porque cada vez se veía más bonita, rozagante, alegre, todos los beneficios de la independencia y la naciente seguridad. Gracias a la hermana Rosa, Ester supo de un centro de rehabilitación donde podía llevar a su abuela para que la ayudara con la movilidad de su cuerpo.

Cuando llegaron, ella empujando la silla de ruedas de su abuela, atravesaron un jardín repleto de flores de todos los colores, hasta llegar a una recepción donde una muchacha las esperaba sentada, y con una gran sonrisa les indicó que pasaran a una de las habitaciones donde estaba otra muchacha con una sonrisa aún más amplia. Ester le explicó a la muchacha todas las limitaciones de su abuela. Cuando terminó, le preguntó si llevaban una pomada para los masajes, pero Ester no pensó en eso, y tal vez, quizás, si lo hubiese pensado, si tan solo el pensamiento de llevar una pomada al centro de rehabilitación se le hubiese cruzado por la cabeza, las cosas hubiesen sido diferentes.

Peor, mucho peor

Dejó a su abuela en buenas manos y se dispuso a salir del centro de rehabilitación y cuando puso un pie en la calle, nada la habría preparado para el escenario que se desataría a continuación: un grupo de personas estaban en medio de la carretera gritando: ¡UH! ¡AH! ¡FUERA PRESIDENTE! ¡UH! ¡AH! ¡FUERA PRESIDENTE! ¡UH! ¡AH! ¡FUERA PRESIDENTE!

De repente se escuchó una detonación y le empezaron a picar los ojos, retrocedió unos pasos, luego sonaron unos disparos y fue entonces cuando vio venir la avalancha de personas hacia ella, así que emprendió la carrera de vuelta al centro de rehabilitación, pero no le dio tiempo, porque la buena suerte y la probabilidad no estuvieron de su lado.

Escuchó un disparo y después no supo más nada, lo único que entendía es que estaba cayendo, lentamente, mientras veía el rostro de su abuela con ojos llenos de orgullo y cariño, corriendo descalza como una niña pequeña. Se reía a carcajadas, brincaba, gritaba ¡Alabado sea el señor! ¡Un milagro de Dios! Como si fuese a explotar de tanta alegría, a punto de llorar, incapaz de contenerse. Esa imagen le dibujó una sonrisa en el rostro y le brotaron lágrimas de sus ojos, mientras su blusa blanca, su favorita, se impregnaba de sangre y sobre el asfalto duro, un muchacho la socorría con los ojos desorbitados y el corazón en la boca. Ester lo miró y le dijo:

-¿quién eres?

-me llamo Jesús-dijo entrecortado demasiado asustado-¡AUXILIO! ¡MUJER HERIDA! ¡AYUDA! ¡POR FAVOR!

-Jesús-dijo Ester sonriendo mientras su rostro de llenaba de lágrimas-nunca me abandonaste-subió una mano temblorosa para apoyarla en la mejilla del joven-Gracias

-nunca-respondió Jesús llorando-no existe ningún poder en el mundo capaz de derrotarte. No te rindas, ya vienen a ayudarnos-decía mientras un grupo de muchachos se acercaba a ellos y cada quien alzaba a Ester por una extremidad para llevarla a un carro que tenían estacionado dos calles más adelante para emergencias como esa

-¡No te duermas! ¡No te duermas!-gritaba Jesús, pero Ester ya no lo escuchaba.

“¿Sabes abuelita? Te compraré una casa en el campo, ese que es tan querido para ti, para que puedas correr, reír, gritar y regañarme. Todo sea por escuchar tu voz, que la extraño tanto. Cultiva tu semilla abuelita, vuelve a ser lo que eras antes, a tus orígenes. Nada en el mundo podrá pisotearte, nadie podrá decirte que no vales, que no sirves, nadie nunca podrá quitarte lo que por nacimiento te pertenece abuelita. Sé un milagro cada día. Yo estaré contigo siempre. Te amo”

Lo que sigue

Doña Isabel casi muere de dolor, incapaz de expresarlo en su rostro, atrapada en su propio cuerpo, la mayor de sus cárceles cuando antes podía hacer lo que quería con él. Quedó al cuidado de los vecinos. Rosa la cuidaba en las mañanas y Salomón que parecía un alma en pena, la cuidaba por las tardes después de trabajar. No le faltaba nada porque la comunidad se unió en honor a Ester para abastecerla cada semana liderados por Sanchenka a quien la muerte de Ester le había dolido genuinamente. Protestaron por Ester, pero nadie escuchó.

Nunca se supo quién del centenar de militares que reprimían la protesta por el agua, la luz o la gasolina, fue el responsable del tiro de gracia, porque ni Ester era tan importante, ni hubo claridad en medio de tanto caos y confusión. Se sabe que fue un militar, uno de tantos que arremetían contra su propio pueblo, sin siquiera pensar, que Ester pudo haber sido su hermana, su esposa, su tía, o su propia madre, porque no nos engañemos, los militares no son de Marte, no son de otro país, son nuestro propio pueblo, así que en resumidas cuentas, era el pueblo atacando al pueblo, pero tal parece que ellos están más atrapados en su uniforme que doña Isabel en su cuerpo.

Como Ester han muerto muchos jóvenes, que, en su lucha por sacar a su país adelante, se le es cegada la vida por quien debería protegerlos a capa y espada. Ester no protestaba, Ester ni siquiera tuvo que haber estado ahí, pero Ester, al igual que esos muchachos luchaba, luchaba todos los días, contra el abuso, contra el maltrato, contra la ignorancia, con la ilusión permanente que las cosas podían mejorar, solo había que trabajar, solo había que mantener la fe en los labios, los sueños en la cabeza y la acción en las manos.

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