Nudos sobre Mundos

Nudos sobre Mundos

Amelie

01/04/2022

                                                                     I
                                                                  Sin respuestas

     Le agobiaba la cantidad de gente que había a su alrededor. Cogió de nuevo otro clínex y se sonó la nariz. Ya no podía más con ese sentimiento. La estaba desgarrando por dentro y por fuera. Casi no podía mantenerse en pie. ¿Por qué tenía que existir? ¿Para qué existía la muerte? Solo servía para hacer sufrir a los que todavía no habían sido víctima de sus acostumbradas garras. Además, ¿para qué nacíamos si al final nos íbamos a morir? Esas eran las preguntas que no paraba de hacerse mi alocada cabeza. Necesitaba respuestas que me reconfortaran.

     Volví la vista hacia donde estaba congregada la multitud. Todavía seguían llorando sobre su tumba. Era normal puesto que a todos nos había pillado por sorpresa. Sin duda la más afectada era su pobre madre, que se balanceaba de un lado a otro mientras le hablaba al montón de tierra que la separaba de su hija.

     Esa imagen me dolió. Me rompió tanto el corazón que tuve que apartar la mirada otra vez. Me quedé en mi sitio, dándole la espalda a los demás y mirando al cielo. Él también estaba triste y gris. Era cuestión de tiempo que comenzara a llover. Pero no me iría de allí. No podía.

     Mi cabeza comenzó a proyectar todos los recuerdos que conservaba. No los pude detener y empecé a acordarme de todo lo que habíamos pasado: las tardes, las risas, los viajes, las peleas… Ahora parecía todo un bonito sueño. Un sueño que se había acabado muy rápido. Trece años de amistad que habían quedado interrumpidos de por vida. De por vida… Para siempre… Nunca más la volvería a ver… No escucharía su voz…

     Las lágrimas comenzaron a bajar de nuevo y esta vez no las detuve. Las dejé fluir. En silencio.

     Seguí llorando entre sollozos varios minutos, cuando escuché que alguien carraspeó a propósito detrás de mí. Lo había visto por el rabillo del ojo pero lo ignoré y seguí sufriendo en silencio.

     Volvió a carraspear y me di la vuelta casi sin sentirlo.

     —¡Yuriel! —exclamé nada más verlo. Él también tenía los ojos enrojecidos.

     —Te estaba buscando —me dijo a la vez que abría sus brazos y se acercaba a mí.

     Me envolvió entre sus brazos en un cálido abrazo. Me resultó reconfortante y agradable.

     —Duele mucho —le susurré.

     —Lo sé —me dijo con una voz grave.

     Seguimos abrazados unos segundos más y cuando nos separamos deseé que no lo hubiera hecho. Ese simple gesto me había ayudado más de lo que parecía. Solo con su mirada me transmitía su apoyo y yo esperaba estar transmitiéndole el mío a él.

     —Nos ha pillado a todos por sorpresa —afirmó con la cabeza gacha—. Por eso duele tanto.

     —Pero duele mucho. Yo no lo soporto —admití desesperada.

     Respiré hondo y cogí otro pañuelo. El chico se quedó callado unos instantes. Estaba pensativo.

     —Esto me hace pensar que todos vamos a acabar como ella tarde o temprano.

     No sabía por qué pero esa afirmación, por muy obvia que pareciese, era horrible cuando acababa de presenciar la muerte de alguien al que quería. Se me volvieron a saltar las lágrimas y solté un sollozo.

     Yuriel se acercó a mí otra vez y me volvió a abrazar. Yo ahogué mi cabeza sobre sus hombros y descargué todo el dolor que llevaba acumulado en mi interior.

     Lloré desconsoladamente durante largo rato y después Yuriel me separó de él. Acercó su rostro al mío y se quedó mirándome fijamente. Sus ojos verde lima brillaban más de lo normal a causa de las lágrimas, que amenazaban con desbordarse y sus pestañas también estaban húmedas, haciendo que estuvieran más rizadas.

     Posó su mano sobre mi barbilla y a mí se me erizaron los vellos de la nuca al notar el roce de sus dedos sobre mi piel.

     —No llores más —me reconfortó—. Pasará el tiempo y te irás olvidando.

     —¿Y si no me olvido nunca? —pregunté formulando la pregunta que más miedo me daba sin duda.

     —Lo harás. Te lo prometo.

     Era su mirada confiada, su tono seguro y su voz decidida, la que me hizo estar segura de que lo que decía era verdad. Tenía que serlo.

     —Sécate esas lágrimas, vamos —me instó pero no hizo falta que yo hiciera nada puesto que comenzó a secarlas él mismo con sus manos. Me agarró la mejilla y me levantó la cabeza.

     —Ánimo, tienes que ser fuerte —me dijo con una pequeña sonrisa.

     Después me soltó, se despidió cordialmente y se fue cabizbajo. A pesar de sus palabras, era él quien necesitaba ser fuerte. Por mucho que lo escondiera, se notaba que estaba destrozado.

     Yo me quedé donde estaba tocándome la mejilla. Estaba muy pálida y fría, pero el encuentro con Juriel me había hecho sentir mucho mejor. Me acordé de su radiante sonrisa y en cómo cambiaba su aspecto totalmente cuando decidía sonreír. Él siempre había sido un chico alegre. Verle así me partía el corazón.

     Había sido muy agradable. La calidez de sus brazos era inigualable. Nunca antes nadie me había abrazado así. Resultaba extraordinario cómo había gente que tenía el don de levantarte los ánimos con una simple sonrisa. Una simple mirada…

     Pero su mirada tenía algo especial. Cuando lo mirabas a los ojos sentías que todas tus preocupaciones se desvanecían. Yo había sentido esa sensación hacía apenas unos minutos y era lo mejor que me había pasado.

     Lamenté que se hubiera ido. Habría preferido estar más tiempo con él porque estaba segura de que me ayudaría a olvidar. Siempre habíamos sido muy buenos amigos y nos habíamos entendido muy bien. Me estremecí al evocar la sensación de su mano sobre mi barbilla. Fue una sensación maravillosa.

     Me paré en seco cuando me di cuenta de en qué estaba pensando. No podía entretenerme con estupideces estando en el funeral de mi mejor amiga. No podía pensar de esa forma acerca de él. De Juriel. Me sentí culpable al instante. ¿En qué estaba pensando? Ahora debía sufrir por su pérdida.

     Decidí volver a mi casa aunque no tuviera ganas. Tampoco me apetecía continuar presenciando aquel triste panorama. Mi moral bajaba considerablemente cada vez que pensaba en qué iba a hacer a partir de ese momento.

     Porque, ¿qué haría a partir de entonces? Es decir, ¿seguiría mi vida siendo la misma de antes? Lo dudaba mucho. Este incidente iba a dejar secuelas. Muchas.

     Y no iba a ser fácil lidiar con ello puesto que eso acarrearía superar lo ocurrido y lo ocurrido era muy difícil de superar. Ahora estaba sola, devastada, triste, perdida y confusa.

     No había un sentimiento peor.

                                                                              II

                                                                          Terapia

     Estaba tan absorta en mis dramas que llegué a mi casa de forma casi inconsciente. Abrí la puerta y me dirigí a mi habitación cabizbaja. El ambiente estaba impregnado de tensión y oscuridad. No había nadie en mi casa porque mis padres habían ido al tanatorio por la mañana para acompañar a Sandra, la madre de mi difunta amiga. No me explicaba dónde podían estar en esos momentos puesto que no los había visto en el funeral. De todos modos, ¿qué importaba?

     Me tiré pesadamente a mi cama todavía sin hacer (y no tenía intenciones de hacerla) y me tapé la cara con las manos. Sentía que ya no podía llorar más pero aún así quería hacerlo. Era un sentimiento horrible. Ahora sí estaba vacía del todo. Ahora sí que no me quedaba nada. Nadie. Había perdido a una persona a la que quería mucho y eso me dio una escalofriante, pero verdadera revelación: iba a sufrir de esa forma muchas más veces.

     Es decir, en algún momento mis padres se morirán, o mis abuelos, o mis tíos, o algún otro amigo. ¿Qué me ocurriría entonces? Tendría que pasar por lo mismo varias veces.

     Me levanté de un sobresalto y comencé a contar con los dedos el número de personas por las que lloraría mucho si se murieran. Uno, dos, tres… trece, catorce, quince… Unas veinte más o menos.

     ¡Veinte!

     ¡Veinte personas!

     ¡Veinte veces!

      ¡Veinte sufrimientos!

     Me sumí en un vacío más profundo que el anterior si es que eso era posible. ¿Cómo no había caído en la cuenta antes? Estaba rodeada de gente a la que quería y sería cuestión de tiempo que antes o después falleciesen.

     Solo había una forma de que pudiera ahorrarme tanto sufrimiento y era la opción de morir primero. El problema: no quería morir todavía. Todavía.

     El otro problema: no quería estar toda mi vida deprimida sufriendo por la muerte de otras personas.

     Llegó un momento (no sabía cuándo ni cómo) en el que entré en un asqueroso círculo vicioso sin salida (por ello era un círculo vicioso) y comencé a revolcarme en él, intentando en vano buscar una solución a mis malditos problemas existenciales y filosóficos. Pero esos tipos de problemas nunca tenían solución. ¿Por qué? Eso mismo quería saber yo.

     Después de tantos pensamientos acabé olvidando parcialmente mi motivo de sufrimiento y me encontré mucho peor que antes.

     Sobre las nueve de la noche llegaron mis padres con el coche y se quedaron abajo hablando. Estaban teniendo una discusión pero hablaban en voz baja. Suponía que no querían faltarme el respeto. Eso no ayudó a tranquilizarme.

     Llegué un punto en el que estaba tiritando del frío y me castañeaban los dientes. Abrí el cajón del medio de mi escritorio y rebusqué con prisas en su interior. Cogí el trozo de cuerda grueso y largo que quería y me senté en mi silla, frente a la ventana que estaba empañada por el frío.

     Sostuve el cordón entre mis ansiados dedos que palpitaban nerviosos y comencé a hacer nudos. Uno encima de otro. Cuando hube terminado, la longitud de la cuerda se había reducido considerablemente y ahora estaba lleno de nudos que hacían que luciera desperfecto.

     Después, automáticamente, mi cerebro y mis dedos comenzaron a trabajar en armonía y sintonía desenrollando nudos. Era tan… relajante. Tan, apacible.

     No sabría decir cuando tiempo estuve así exactamente pero perdí por completo la noción del tiempo. Mi móvil no paraba de vibrar en mi cama, exigiendo mi atención a los muchos muchos WhatsApps que estaba recibiendo.

     Logré desanudar la cuerda muchas veces, y cada vez que lo dejaba como estaba al principio, volvía a empezar a hacerle nudos para después, en un intento desesperado, pero satisfactorio, intentar despejar mi mente de tantos problemas y preguntas sin solución alguna, ni aparente.

     Sentido de lo que estaba haciendo: ninguno.

     Motivo: era desestresante.

     La terapia de la cuerda, como la llamaba yo, había sido mi fiel psicólogo por muchos años y había participado de forma activa en mis rituales para mantenerme lejos de la locura y algo más cerca de la cordura. No alcancé recordar hace cuanto que lo practicaba, pero me daba igual. Funcionaba. El caso era lo útil que era.

     Mientras seguía con mi terapia escuché un ruido lejano que me indicaba que alguien iba a proceder a abrir la puerta de mi cuarto y por tanto iba a interrumpirme. ¡Maldita sea!

                                                                       III

                                                                      Visto

     Cuando se abrió la puerta yo fingí estar sentada en mi escritorio perdida en la nada. Mis padres no sabían nada de la cuerda.

     —Abril, cariño… —La voz de mi padre era suave y cariñosa, como si me tuviera lástima. No quería causar ese sentimiento, pero así era yo: una pobre chica de la que todo el mundo se compadecía—. ¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras se acercaba a mí.

     Yo apenas giré la cabeza y proferí un ruidito casi inaudible como respuesta.

     Mi padre colocó un brazo sobre su hombro y me observó en silencio.

     —Tienes que ser fuerte —me dijo.

     «Tienes que ser fuerte». Eso me había dicho también Juriel antes. Al recordar su suave voz rozando cálidamente mis tímpanos me dio un escalofrío que me recorrió toda la columna vertebral. Toda.

     Lo que daría por volver a escucharlo decir lo mismo. De mayor me tatuaría esa frase porque me daba muchas fuerzas.

     No me di cuenta de cuando mi padre decidió por sí solo que ya había estado suficiente tiempo y abandonó mi habitación sin decir nada más. Cuando se fue me sentí culpable por haberle ignorado de esa forma y haber pensado en Juriel mientras me hablaba.

    Decidí acostarme temprano porque no tenía nada mejor que hacer. «Excepto regodearme en mi miseria», pensé irónica.

     Aún así cogí el móvil y abrí la aplicación en la que tenía guardada todos mis ebooks y comencé a leer por donde lo había dejado la última vez.

     Casi no estaba prestando atención en lo que leía y me di cuenta cinco minutos más tarde de que había leído la misma página tres veces (como mínimo).

     Después de preguntarme el sentido de mi maldita existencia unas ocho veces, me lo pregunté una novena vez porque odiaba los números pares, equilibrando así la balanza.

     Justo en ese instante me llegó un WhatsApp que debía admitir, me sorprendía tanto como lo anhelaba. Era de… obviamente era de Juriel.

     Juriel.

     Cómo estás??

     Sostuve unos momentos el móvil mientras pensaba en la respuesta más acertada.

     Había tres opciones:

     1: Estoy como el culo pero gracias por preguntar

     2: Me encuentro tan deprimida que la idea de morirme y reencarnarme en una flor me parece genial.

     3: Estoy bien, y tú??

     Lo estuve pensando tanto tiempo que no tardé en recibir otro mensaje suyo:

     ??

     Después mi conciencia se encargó de darme una bofetada mental y me di cuenta de que estaba pensando como una estúpida, la manera menos estúpida de responder el estúpido mensaje de un… (era Juriel, no podía decir que fuera un estúpido)… tío, justo cuando mi amiga se había muerto. ¿Pero qué clase de persona era?

     Entré en la conversación, leí los mensajes que ya había leído por encima (obviamente) y después me salí y apagué el móvil.

     Tres minutos después recordé que mañana había clases y lo volví a encender para poner la alarma.

     La pregunta era: iba a ir al instituto al día siguiente?

     La respuesta era: sí.

     La razón era: me volvería loca si me quedaba en mi habitación sola.

     De milagro conseguí conciliar el sueño y justo antes de quedarme dormida, lo hice con una idea grabada en mi cabeza: había dejado en visto a Juriel.

                                                                   III

     Me levanté tan desganada como me había acostado y juraría que había pasado toda la noche llorando. Tuve una noche horrible en la que las pesadillas se mezclaron con la maldita realidad que me rodeaba y la tristeza que me invadía todo el cuerpo. Y eso sumado al infinito dolor que sentía en todo el cuerpo (dios sabía por qué), daba lugar a: una noche nada agradable para ningún ser humano.

     Algo en mi interior me decía, o más bien me gritaba, que no debía ir a clases. Que estaba mal. Y claro, me ponía a pensarlo y era literalmente ir al instituto cuando hacía dos días que mi mejor amiga, (que hasta hace tres días estudiaba en ese mismo instituto al que me iba a dirigir) se había muerto. Y claro, mirándolo de esa forma (y diciéndolo en voz alta) era horrible. Me hacía quedar como un monstruo.

     «Tal vez sería mejor quedarme en casa», era la idea que daba vueltas alrededor de mi cabeza. Lo iba a hacer. Casi iba a ceder y no ir pero… no podía. Necesitaba salir de allí. Necesitaba hablar con otros seres humanos. ¡Maldita personalidad extrovertida!

     Cuando llegué al insti y entré al pabellón principal casi me arrepentí de haberme levantado de mi cama.

     —¡Abril! —gritó Marta desde la otra punta del pasillo mientras corría hacia mí—. ¡Dios mío! ¿Cómo estás? —dijo casi sin aliento. Tenía los ojos llorosos.

     ¿Que cómo estoy? Si te contara…

     —Fatal —admití sincera—. ¿Cómo quieres que esté?

    Marta soltó un suspiro. Ella siempre solía ir muy bien vestida, pero en aquellos momentos su apariencia lucía desperfecta. Su rizado pelo oscuro estaba más despeinado que nunca.

     —No puedo creerlo —murmuró por lo bajini—. Yo no puedo creerlo.

     La miré sin saber qué decir. No quería que se pusiera a llorar porque eso supondría consolarla. Y no se me daba bien consolar a la gente. Nada bien.

     Levanté la vista para observarla mientras me preguntaba qué diablos decir. Con el rabillo del ojo alcancé a ver una figura que hizo que me dieran ganas de salir pitando del pabellón. Juriel me vio casi a la misma vez que yo y se acercó decidido.

     «Aléjate, no vengas» —pensé furiosa—. «Maldita sea, ya está aquí».

     Marta lo miró con recelo y segundos después comenzaron una amistosa conversación que pretendía ser amigable, pero que solo escondía el dolor que los corroía a ambos. Lucía no era su mejor amiga, pero se llevaban bien.

      Yo perdí el interés por lo que estaban diciendo y por tanto mis tímpanos decidieron auto cerrarse. Estarían diciendo lo mismo de siempre ¿no?

     Hubo un momento en el que Marta se alejó de nosotros y nos dejó completamente solos. «En algún momento tenía que ocurrir», pensé amarga.

     Yuriel se quedó callado y me examinó atentamente con sus ojos verdes. Esta vez no estaban llorosos, cosa que agradecí. Ya estaba harta de llorar y no quería ver a ningún ser humano con lágrimas.

     —¿No me saludas? —preguntó en un tono amigable pero cauto.

     —Hola.

     —Ayer no me contestaste al mensaje y me quedé preocupado —afirmó.

     —Ya… es que me fui a dormir. Era tarde.

     —No eran ni las diez —rebatió inteligente.

     «La has cagado», me dije.

     —Me fui a la cama temprano. No tenía muchas ganas de hacer nada…

     Tendría que haber dicho más. Tendría que haberle explicado mis razones pero por alguna siniestra razón las palabras decidieron no querer salir de mi boca.

     Yuriel alzó una ceja no muy convencido.

     —¿No tenías ganas de hablar conmigo?

     Me revolví incómoda en mi sitio. No se trataba de él. ¿O sí?

     —A ver… es bueno, —balbuceé—. A ver, no… es lo que… no… —me di cuenta furiosa de que no había pronunciado una frase completa en los últimos diez segundos.

     —Vale ya lo he pillado. No hace falta que digas más —dijo seco con la mirada fija en mí.

     Yo bajé los ojos intimidada y eso le dio a entender que no quería seguir hablando por lo que abandonó el pasillo y me dejó más confundida que nunca.

     ¿Por qué había actuado de esa forma? El día anterior todo había fluido de forma normal y ahora…

     El timbre sonó en ese momento obligándome a abandonar mis pensamientos para más tarde.

     No era culpa suya. Era mía. Yo había empezado. Lo dejé en visto y estaba claro de que no le había sentado nada bien.

     Las clases transcurrieron con increíble normalidad. Lo único diferente era el silencio que reinaba en la clase y el sitio vacío que mi amiga había dejado en su mesa. Eso me rompía el corazón y me pasé el recreo sola, deprimida, y triste llorando en el baño.

     Estaba por todas partes: en la clase, en el pabellón de deporte, en la mesa donde nos sentábamos… Todo me recordaba a ella y eso no mejoraba mis ánimos.

     Estuve un buen rato contemplando a la gente, sumida de lleno en mi vida mental cuando de repente noté que alguien me sacudía el hombro.

     Era Carmen, una buena amiga a la que conocía desde que era pequeña. Por su expresión, deduje que llevaba un buen rato llamando mi atención.

     —Tía, ¿estás bien? —Parecía preocupada y me miraba como si estuviera loca y se compadeciera de mí—. ¿Quieres que hablemos?

     Se sentó a mi lado.

     Solté un resoplido y me acerqué a ella.

      —Estoy muy mal —admití sin rodeos.

     —Ya, es normal —me dijo mientras me cogía la mano—. Tienes que aguantar y superarlo. Tienes  que sacar lo que sientes y hablarlo con alguien —afirmó muy seria—. Me tienes a mí para hablar.

     —Gracias Carmen —agradecí con una pequeña sonrisa—. Sé que puedo contar contigo. ¿Tú cómo lo llevas?

     —Puff, no paro de llorar cada vez que lo recuerdo. Es que es increíble cómo sucedió todo. Hoy estábamos con ella y mañana… ¡Todo cambia! —exclamó con los ojos muy abiertos—. Cada vez que lo recuerdo me dan ganas de vomitar.

     —Ya… —dije distraídamente.

     Sonó la campana haciendo que nos sobresaltáramos ambas y nos obligó a separarnos ya que mi amiga era de letras y yo de ciencias. Nos despedimos con un abrazo y me dirigí a mi clase.

     Mientras caminaba y me acercaba a la clase, me acordé de que ese día tocaba prácticas en el laboratorio y di la vuelta inmediatamente. Subí las escaleras camino al laboratorio cuando me estampé, literalmente me estampé con Juriel. ¡Maldita sea! ¡Es que siempre me lo tenía que encontrar!

     —Perdona, no te había visto —se disculpó apresurado. Pareció que tardó una fracción de segundo en reconocerme y cuando lo hizo frunció el ceño. Aún parecía enfadado.

     ¿Por qué demonios me miraba así? ¿Es que quería que le hablara con total normalidad cuando aún estaba sufriendo la pérdida de mi amiga?

     Juriel no se entretuvo más y se fue en la dirección contraria. Yo sabía que me iba a arrepentir de aquello pero no pude reprimirme y sentía que le debía una explicación. ¿Por qué razón? Todavía no lo sabía.

     —¡Juriel! —lo llamé mientras lo seguí corriendo. O el chico andaba rápido o yo era lenta para procesar mis decisiones—. Espera un momento —le dije cuando lo alcancé. Se dio la vuelta y me miró con una mezcla de curiosidad y asombro—. Tienes que entenderme…

     —Tranquila entiendo perfectamente que cambies por completo tu punto de vista hacia mí y me ignores y me hables mal. No pasa nada, está todo bien.

     Sus palabras me hicieron tanto daño que casi no pude articular una respuesta. Recobré la postura rápidamente y me aclaré la voz. Aquello iba a ser largo. Mucho.

     —No es eso. El motivo por el que no te contesté ayer fue porque me sentía mal por hacerlo.

     ¿Ya está? ¿Eso era lo único que se me ocurría? Que patética era a veces.

     El chico pareció no entender a qué me refería. ¡Por supuesto que no lo comprendía! Ni yo misma me entendía.

     —Me refiero a que Raquel se haya… muerto —dije con un nudo en la garganta. Era la primera vez que pronunciaba su nombre desde que murió—. Ella ya no está y yo cogí el móvil para despejarme pero no debería haberlo hecho. Me siento mal si me pongo a chatear contigo o con otra persona cuando estamos pasando por esto. Siento como si le estuviera faltando el respeto. Bastante es que hoy haya venido a clase. Es insoportable.

     —Te entiendo. Pero yo no te he dicho que nos vayamos de fiesta y nos emborrachemos. Simplemente te pregunté que cómo estabas. Nada más. ¿Te crees que a mí no me importa acaso?

     La última frase me dejó sin habla (qué novedad). No sabía qué responder. Tal vez él estuviera en lo cierto. Tal vez fuera yo la que exageraba. Me puse a pensarlo mejor… Reflexioné.

     ¡Demonios! ¿En qué estaba pensando? Solo me había preguntado cómo estaba. Nada más. Era un mensaje inofensivo que pretendía ser amable.

     —Sé que estás triste por su muerte pero no actúes como si fueras la única que lo lamenta. Yo lo lamento más que tú porque era mi novia —dijo tajante y segundos después se marchó y esta vez no lo seguí. No lo hice y no lo iba a hacer.

                                                                           IV

                                                                    Jaque mate

     Él lo lamenta más que yo. Claro. Tiene sentido.

     Tiene mucho sentido.

     Era súper obvio que estuviera afectado. Eso lo entendía.

     Estaba devastado por perder a su novia, sí también lo comprendía.

     Pero…

      ¿Más devastado que yo?

     ¿Estaba él más triste que yo?

     ¿Estaba más afectado que yo?

     ¿Más depresivo?

     ¿Más vacío?

     ¿Más destrozado de lo que yo estaba?

     Lo dudaba.

     Era imposible.

     O tal vez no lo era.

     Él su novio.

     ¡Eso ya lo sabía! ¿Qué importaba que fuera su novio? Eso no era relevante. Los novios no pueden querer como lo hacen las amigas.

     ¿No, verdad?

     ¿O sí?

      ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Y no! ¡Mil veces no! No iba a aceptarlo de ninguna manera.

     ¡No!   

     Él no la quería como yo.

     Él la quería sí, pero en pasado. La quería. No la quiere.

     Algún día se olvidará y se echará otra novia.

     Esa era la gran diferencia entre él y yo.

     Las parejas son sustituibles pero los amigos no.

     NUNCA.

     Él no se quedaría soltero toda la vida. En algún momento encontraría a otra chica.

     ¿Y yo?

     ¿Yo?

     ¿Que había de mí?

      Desde luego que no tendría otra mejor amiga. Eso lo tenía claro.

      Ella era mi mejor amiga. Ella es mi mejor amiga. Lo sigue siendo.

      ¿Lo seguía siendo?

     Sí. 

     ¿De veras?

     Por supuesto y no iba a permitir que nadie dijera lo contrario.

     Aunque estuviera muerta, nunca iba a decir que era mi mejor amiga. Siempre diré que es mi mejor amiga. ¿Aunque esté muerta?

     ¡Aunque esté muerta!

    Ya está.

     Asunto zanjado. Todo había quedado claro: yo quería mucho más a mi amiga de lo que Juriel la quería aunque hubiesen sido pareja. La relación había desaparecido para siempre. Mi amistad con ella no. Eso era lo que nos diferenciaba a ambos.

    Me quedé más aliviada tras haber solucionado mi dilema moral/existencial y supe que yo había ganado la partida. Jaque mate Juriel.

     Me permití sonreír y disfrutar de mi victoria.

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