¡Maldito, maldito…!
La mañana era fría y húmeda, había llovido por la noche y se anunciaba alguna nevada por los alrededores. Los últimos estertores del invierno en esta madrugada de infinito vacío. Éramos tres, mi hermano, mi cuñada y yo. Nadie hablaba. Nadie lloraba, no nos quedaban lágrimas, solo los ojos enrojecidos miraban a través del vaho...