Cada mañana al levantarme construyo una cantidad de hipótesis que me encaminan siempre al mismo pensamiento, que se basa simplemente en lo complejo de la situación que estamos transitando. El auge de defunciones diarias me parece surrealista, acompañada de la necesidad de deserción de los gobiernos que se preocupan más por sus campañas políticas, que por el control de la pandemia. Aunque ciertamente lo que más me asombra es que el mundo parece no comprender que nada volverá a ser como antes.

El siglo XXI ha sido aclamado incontables veces por ser pionero en los avances tecnológicos, pero son esos avances los que se han ocupado de crear una generación de narcisos, que solo se preocupan por su apariencia y sus posesiones. Esos que viven siguiendo a ese tipo de personajes fútiles que demuestran su valía al inhalar una línea de coca a través de un live
multitudinario en redes sociales, en donde ciertamente habrán más de un centenar de menores como espectadores. Un círculo de seres frívolos que fomentan la destrucción social escalando niveles de excentricidad que va mucho más allá de los estándares normales.

El mundo se mantiene de cabeza y sin ningún indicio de sensatez. No existe ni un atisbo de esperanza que permita saciar el deseo de inculcar valores para marcar precedentes importantes para las próximas generaciones. Los seres humanos actúan como caballos desbocados. Sin jinete, sin rumbo y sin intención de detenerse porque tienen miedo de que su realidad los aplaste. viven ignorando el hecho de que la vida es mucho más que tomarse una foto diaria o hacer vídeos diciendo lo “aburrido que estas” o lo “abrumado que te tiene esta situación” cuando lo que menos te preocupa son las consecuencias de esta pandemia.

Pasan la cuarentena planeando lo que harán cuando salgan de ella. Saldrán corriendo a comprarse el ultimo bolso de Zara, o gastarse el escaso dinero que les queda en las intrascendentes rebajas de los centros comerciales, sin pensar que probablemente estemos frente a una crisis mundial más grande que la II Gran Guerra.

Llegó la hora de cambiar los paradigmas.

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