La prosa que nunca debió redactarse
Un repique lejano reta al doble acristalamiento del ventanal. Impacta directo en el caracol de mi oído izquierdo. Las siete y cuarenta y cinco. Llevo cincuenta minutos observando el fulgor níveo del folio digital. El cursor trata de comunicarse conmigo en código morse. Y yo que solo domino el castellano, sigo firme en el mutismo...