Érase una vez una historia cuyo final fueron las nupcias de dos enamorados, la mujer muy bella, el hombre muy adinerado. Se diría que fue feliz su término, pero no había terminado allí, pues ese no era más que el principio de este nuevo relato; y es que, ¿quién y cómo puede determinar el límite entre el final y el principio de una cosa? En fin, habiéndose celebrado el consorcio, decidieron partir a otro país, en que pasarían un tiempo, lo que se suele llamar “luna de miel”.

Decidieron que querían visitar un país tropical. Así lo hicieron. Pasaron muchos días admirando el paisaje de aquellos lugares que visitaban. Uno de tantos días, alguien les habló de unas bellas cataratas, tan altas como hermosas y les dijo también que pocos turistas se habían atrevido a visitarlas; movidos por estas razones los recién casados prepararon todo para ir a dicho lugar. Contrataron un helicóptero que les llevó hasta la cumbre desde donde se precipitaba el agua; en realidad tenía una vista hermosa, incomparable…así la percibieron ellos. Descendieron del helicóptero y caminaron hacia el precipicio, era una aventura única.

Justo en ese instante, a Livia, que así se llamaba la mujer, se le vino a la cabeza un pensamiento que quizás parezca raro. Estaban viendo la caída de las aguas; ella volvió los ojos a Eudo, su esposo, y le preguntó al oído con un enternecido tono:-“Si me amas, ¿saltarías desde aquí?”, por supuesto, era una pregunta estúpida, pero, así son los enamorados, o al menos, así aparentaba ser esta, y digo esto por las verdaderas intenciones que movieron a Livia a pronunciar esas palabras.

Ella todo el tiempo había estado enamorada de la riqueza de su marido, razón por la que había insistido tanto en contraer matrimonio con él, había fingido amor todo ese tiempo y ahora que tenía la oportunidad de manipular a su compañero de vida la aprovecharía totalmente. Y pensaba para sí: “No creo que sea tan ingenuo como para responderme que sí y lanzarse, aunque… no estaría mal si lo hace; pero si me responde que no, que me parece más posible, podré usar eso el resto de nuestros días diciendo: ‘ahora no te pido un imposible como en aquella ocasión, solo tienes que comprar esto para demostrarme tu amor’, y me haría caso. Sí, funcionará”. Desde ya se felicitaba por la idea que se le había ocurrido, y miraba fijamente al hombre, esperando su respuesta.

Eudo, al escuchar lo que pedía su mujer, se entristeció, pero no lo hizo notar en su rostro. Él ya sospechaba lo que Livia pretendía, y pensaba:”Qué es lo que quieres, mujer, qué me estás pidiendo. Sabes que no lo haría, no me tiraría de aquí, y menos si es por ti; como si no supiera la clase de persona que eres, yo solo quiero darte una lección, ¿acaso creíste que te amaba?; solo te tengo porque eres bella, por lo demás, pienso dejarte cuando el tiempo te regale arrugas, o antes si es posible, después de todo, mis posesiones enamoran más que mi cuerpo, y segurá siendo así aún cuando envejezca, sin embargo, por ahora, tengo que engañarte, así que ¿cómo te respondo? No me conviene ni decir sí, ni decir no… ya sé”. En ese momento caminó hacia el borde del precipicio dándole la espalda a Livia, levantando los brazos, y sonriendo con malicia, con la cara hacia el frente y con voz decidida dijo: “Empújame”.

“Vaya ocasión la que quieres darme…, pero no soy tonta, si tan solo estuviésemos los dos, sin nadie más, lo haría sin dudar, inventaría algo y ya que todos creen que te quiero, creerían también que no fui yo, jamás sospecharían de mí; pero tenemos cerca al piloto y a su copiloto, y ¿qué les voy a decir si te empujo? -esto pensaba Livia- En fin, no me queda otra solución más, tengo que seguir fingiendo”. Tras haber oído la respuesta de Eudo empezó a sollozar y a derramar lágrimas, lo cual fue visto por él al volver la mirada hacia ella. Entonces ella se le acercó, él hizo lo mismo y se abrazaron fuertemente, también Eudo estaba llorando. Se besaron el uno al otro y permanecían sin decir palabra.

El piloto y su acompañante lo veían todo desde el helicóptero y decían entre ambos:-“Estos dos sí que se quieren…; no había visto una pareja así”. Mas, lo decían sin saber que lo que para ellos se veía como la mayor muestra de confianza, era en realidad el mayor acto de hipocresía que ni antes vieron ni después verían.

Finalmente, solo resta que sepas que este no es el final de la historia. Es solo una parte de ella.

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