Deliberada imprudencia
Desperté en la camilla del hospital boca abajo. Me dolía tanto el sacro que mis lágrimas salían a borbotones, empapando la sábana. Supliqué a las enfermeras que por favor me suministrasen alguna sustancia que aliviase aquel terrible dolor. A mi mente, abotargada por la anestesia volvían las palabras del día del juicio. ¿ Es usted...