7:00 de la mañana

Después de la habitual hora y media que empleo eligiendo y cubriéndome de fina indumentaria, al fin logro salir del apartamento. Apenas días atrás compré un flamante auto nuevo, ¡precioso! sin embargo hoy no tengo ganas de usarlo. Pienso que es probable que le suceda como al anterior, en tres años solo rodó unos cuantos kilómetros. Quiero caminar, la oficina solo está a dos cuadras, así mantengo la esbelta figura que para 38 años no se ve nada mal, además evito perder el tiempo en el estacionamiento. Ya saliendo, el portero ofrece los buenos días como de costumbre. Siempre con su sonrisa estática y su uniforme impecable, muy bien por él.

En el negocio en que me desempeño la imagen es el setenta y cinco por ciento del éxito. Me he convertido en un modelo las 24 horas. Aprendí que en la más inesperada de las situaciones hay posibles oportunidades, hay que estar listo y sobretodo presentable. Siempre estoy trabajando. La gente compra lo bonito, lo perfecto, lo caro. Necesito esbozar dicha, eso ofrece convicción a los clientes. Sí, tengo que confesar que me gusta, no puedo imaginar encarcelar mis pies en pieles baratas que pueda comprar cualquiera.

Al cabo de minutos veo el edificio donde paso gran parte de la vida. Que para ser honesto, es de los más hermosos de la ciudad. Es música para mis oídos escuchar el tacón de los zapatos golpear el esplendoroso mármol de las escaleras. Llegando a la gran puerta de cristal tiendo la mano a varios ejecutivos de otras empresas. –Mañana nos vemos en el golf –Comentó uno de ellos. No suelo divertirme golpeando una pequeña pelota y verla volar por los aires sin ningún rumbo, no obstante se realizan buenos contactos y eso es lo importante, crear compradores. –Allí nos veremos. Dije.

El ascensor llega a la planta de nuestra oficina, la más alta del complejo. En quince minutos tengo una reunión muy importante. Después de tantas presentaciones al fin logramos que aceptaran la propuesta. Pulseamos con otras compañías meses y fue intenso, solo que al fin los competidores no pudieron igualar nuestro encanto. Los clientes difíciles son los mejores, cuando los conquisto, sé que las largas horas en el ordenador y las decenas de desvelos valieron la lucha. Con probabilidad hoy el personal celebrará el bono que les doy cuando cerramos un trato grande. Asumo que irán a un bar a derrochar el resto del productivo día. Adoro los empleados, son eficientes pero no mezclo diversión con el trabajo, aunque sea viernes.

Hace unos años solía socializar más a menudo. En ese tiempo conocí varias chicas, una de ellas me gustaba mucho. Luego de unas cuantas aventuras comenzamos a salir formalmente algunos meses. Encantadora, simpática, inteligente y muy guapa. Trabajaba como secretaria administrativa del presidente de un banco, nada mal para una joven de su edad.

La chispa de los problemas se avivó cuando me cansé de hacer actividades estériles, como sentarme largas horas a ver televisión. Asistir a museos, teatros o hasta caminar por un bello parque me parecía, aparte de aburrido, tiempo improductivo. No soportaba estar haciendo nada, las manos sudaban y el mal humor se convertía en mi aura. Pobre muchacha, esas últimas semanas me comporté como un verdadero patán.

9:00 de la noche

Acompañado de las estrellas del firmamento que decoran la enorme ventana, voy haciendo un sumario de lo sucedido en el día: Cierre de contrato, dos presentaciones, exposición de varios planes de desarrollo y mi catálogo de contactos internacionales aumentó. Jornada laboral exitosa, no hay manera de pedir más.

Decidí salir al balcón a premiarme con un instante de aire fresco y a disfrutar de un poco de nicotina. No he fumado en todo el día, esta mala costumbre es mi único problema. Busqué en el paquete pero estaba vacío. Inconcebible porque no recuerdo cuándo me los llevé a la boca. Antes de volver a entrar a buscar otro, quedé sorprendido justo cuando estoy debajo del marco de la puerta. En una esquina del escritorio vi el almuerzo que apenas comí, debe estar frío como un invierno aterrador, y a su lado, el cenicero inundado de cigarrillos mal fumados.

Entré por la otra cajetilla que debo tener en algún lugar. Indagué cada rincón con resultados negativos. El contenido del portafolio quedó fuera cuando lo abrí de par en par, pero no hay nada por ninguna parte. Mi lujosa oficina se convirtió en un mar de papeles y nunca encontré un solo cigarrillo. A la velocidad de la luz ya me siento irritado, odio la desorganización. Desesperado tengo la osadía de tomar uno de los que nadaban en las cenizas. Solo en la oficina, el orgullo no me atormenta ahora, nadie me está viendo. Estaba medio partido y lo encendí sin demora. De la primera succión el pecho va relajándose. Según voy llenando los pulmones con humo, la ansiedad va perdiendo el combate en el pecho.

Dentro del caos que he armado, un papel llama la atención sobre los demás. Lo tomé por uno de los extremos que se dejaba ver. Con el torcido cigarrillo entre mis labios a punto de caerse, ojeaba aquel curioso documento. Al tenerlo en la mano, se me escapó una sonrisa media burlona, cuando recordé cuál había sido su propósito. Lo primero que vi fue la fecha, casi han pasado dos años. Arriba en el centro, leí, “Actividades Extracurriculares”. Asimismo observé un calendario que se supone llenara con anotaciones. La primera semana uno de los recuadros decía “fui al cine” y en la siguiente semana, “cené con amigos”. Nada más, el resto quedó incompleto. Al pie de aquellos treinta cuadros estaba el nombre, dirección y teléfono de una doctora que trató con devoción regresarme a quien fui en el pasado.

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