La jaula de carbón

La jaula de carbón

adrian lopez

02/06/2017

Otro día más aquí abajo, otro día preguntándome que hago aquí metido. ¿Acaso me queda otro remedio? Si apenas se leer y escribir, desde los 16 años trabajando como un «burro» debido a mi pésima economía familiar… era eso o morir de hambre.

Me llamo Juan, soy minero en Asturias, si no tienes estudios meterte en este oficio es la idea más recomendable y accesible. Provengo de una familia muy humilde. Mi padre también es minero, el me aconsejó por no decir que me obligó a meterme aquí.

¿Qué puedo decir de este oficio? Que las condiciones son deplorables, apenas tenemos seguridad. Muchos trabajadores no cuentan con casco, respiramos el polvo del carbón directamente. Siento como ese polvillo obstruye mis bronquios cada día que pasa, no puedo echar un «sprint» de más de 20 segundos sin parecer que corrí 20 minutos sin parar. No soporto el olor a humedad mezclado con el del carbón, es insoportable. El pequeño pajarillo que sirve de alarma, está más muerto que vivo y lo jocoso es que nuestras vidas dependen de él. Otro de los inconvenientes de este trabajo, es que las horas trabajadas a cambio del salario me parecen insuficientes… 12 horas sin parar soportando estos calvarios, aparte que cualquier día se me cae un peñasco de carbón encima.

Me invade una gran tristeza todos los días, apenas veo a mi familia. Mi esposa María y mi ojito derecho Lucía. Las amo tanto, que no hay día que no tenga ganas de llorar un océano. Echo de menos el calor de los abrazos de mi esposa, sobre todo porque la humedad es muy intensa y el mono de trabajo en estas condiciones no seca. Algún que otro compañero ha muerto de neumonía. Evadiendome de este pequeño aparte, no me puedo olvidar de ella, esa niñita resplandeciente que me alegra nada más la veo, me estoy perdiendo sus años de infancia y eso jamás lo recuperaré.

Volvamos a la tarea, ¿Qué tengo que hacer? Picar como un descosido, cargar en el carro y transportarlo hasta el almacén. Así una y otra vez, divertido ¿verdad? Menos mal que aún me queda la compañía de mi padre.

«Oiga padre, ¿alguna vez has pensado hacer una vida más allá de la mina?»

Se limitó a reír y a seguir con su trabajo, la verdad que mi padre no era muy hablador, pero cuando hablaba sus palabras eran sinceras. Insistí con mi cuestión.

«¿No me vas contestar padre? El carbón no se va a mover.»

Me miró con rostro serio y contestó.

«Para que soñar, si estoy encerrado en esta jaula de por vida.»

Me dejó un tanto frío la respuesta, decidí terminar la conversación y seguir manos a la obra.

Después de una larga jornada de trabajo, ya estaba empezando a llegar el final del turno, por fin podría ver a mi familia aunque fuese unas pocas horas debido al cansacio. Estaba caminando hacia el almacén cuando de repente se escucha un estruendo, me doy la vuelta y voy corriendo hacia el impactante sonido. Me encuentro a mi padre con una gigante roca puntiaguda insertada en su vientre.

«¡Padre, Padre! ¡Oh no, por el amor de Dios esto no puede suceder!

De nuevo escucho ese sonido, vuelvo la mirada y en una fracción de segundo veo un pedrusco inmenso encima de mí. Me encuentro tumbado debajo del pedrusco de carbón, la mitad de mi cuerpo está aprisionado. No siento las extremidades, respiro con mucha dificultad y escupo sangre. El dolor es muy agudo, pero me temo que sería peor si no fuese por la actuación notoria de la adrenalina. Temía que algún día esto me llegase a pasar.

¿Y ahora qué? ¿Se acabó todo? ¿Este es mi triste e infame final? Deslomarme en cuerpo y alma para acabar debajo de un pedrusco inerte, pensaba que no podría tener más mala suerte, maldita desdicha. No me apena el hecho de morir aquí, me apena el hecho de que no se si volveré a ver a mis dos amores, María y Lucía. Os amo.


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