Amelia, La Huyente
No dejábamos de correr, la casona destartalada se alejaba de nuestra vista mientras la bruma de un bosque solitario comenzaba a ahogarnos. Lágrimas salían, será por el viento o por el miedo, sólo lograba respirar dificultosamente. Mirando a Amaia a mi costado, impávida como siempre, el ceño levemente fruncido, me asombré. ¿Por qué estaba ella...